lunes, 6 de junio de 2011

Relato corto: Despuntando en invierno.

La cola es interminable, aunque esto es una exageración. Antes de que me dé cuenta el encargado de comprobación –la encargada en este caso–, se me acerca y me echa un vistazo rápido de arriba a abajo. Yo tiemblo un poco por los nervios. Ella sonríe con amabilidad.
–¿Ha tenido buen viaje?
El zumbido de las aeronaves que llegan y despegan de vuelta es atronador. Consigo entender a duras penas la pregunta de la encargada.
–No ha estado mal –reconozco–. Aunque ha sido un poco...
Busco la palabra en mi léxico limitado pero ella se me adelanta.
–Deje que lo adivine, ¿movidito?
Suelto una risita tímida.
–Algo así.
La encargada saca un pequeño instrumento del bolsillo. A primera vista parece el hijo bastardo de un táser y una maquinilla de afeitar. Doy un paso hacia atrás.
–Eh...
–Vamos, vamos, no me sea crío, es una comprobación rutinaria.
–¿Que no sea crío? ¡¡Acabo de nacer!!
Pero es demasiado tarde para las quejas. El cacharrito me apunta y emite una serie de pitidos raros mientras me da lo que en medicina genética se conoce como "un repasito rápido".  
La comprobadora mira la pantallita y enarca una ceja, perdiendo la sonrisa. Algo no va bien. Yo me pongo rojo como una semilla de "red corn". Empiezo a estar nervioso.
Alguien carraspea. No soy yo.
–Me temo que... 
La voz de la comprobadora es interrumpida por un grito algo más fuerte y un mucho más urgente:
–¡Cuidado ahí abajo!
Una de las aeronaves ha perdido el control y sobrevuela la zona de aterrizaje dando tumbos y levantando pequeños huracanes de tierra y polvo. El caos surge en las filas.
Es mi oportunidad.
Salgo corriendo bajo las patas de la aeronave y me cuelo de estranjis en un grupo ya comprobado que se dirige a la zona de reubicación siete. 
El siete es un número magnífico, es un número mágico.
Seguro que en el futuro me dará suerte. 
 
la zona de reubicación siete está cerca. Viajamos en transporte terrestre, un vehículo pesado y confortable que los veteranos llaman "cochinilla". El desierto de tierra que nos rodea tiembla al paso de nuestro transporte, que finalmente frena en medio de la nada. El sector siete. Una zona de vacío rodeada de cinta de contención y con varias entradas subterráneas a vaya usted a saber qué.   
Nos bajamos del vehículo a una orden del interventor, que lleva una pantalla de mano que no deja de contemplar mientras va dando las órdenes.
–De acuerdo, novatos –ladra.
No se trata de una operación militar pero el interventor lo disimula a la perfección. No cuesta relacionarlo con cosas como medallitas de hojalata, fusiles de asalto, chaquetitas verdes de hombreras peligrosamente anticuadas y gafas de sol de pilotos, de esas que sólo llevan los seguratas que quieren ser policías y los actores porno de segunda. 
–¡Así que andando!
Alguien me empuja por detrás. Me he perdido todo el discurso, aunque puedo imaginármelo perfectamente. En ese momento, calculado al milímetro, siete aeronaves de vuelo rasante aparecen por el horizonte, a espaldas del interventor, y nos sobrevuelan a escasa distancia de nuestras cabezas. Las alas multicolor brillan con fuerza a la luz del sol poniente.
Es el último espectáculo que veo antes de que me arrojen sin miramientos a una de las múltiples fosas comunes que hay abiertas en el suelo.
–Eh, tú –el interventor me mira desde arriba con una ceja enarcada–. ¿No eres un poco diferente, chaval?
Pero esta ya la tengo preparada.
–Soy... un experimento, señor.
El hombre se encoge de hombros.
–¿Por qué nadie me avisa de estas cosas?
Su resoplido es lo último que oigo antes de que la tierra se cierre sobre mi cabeza como una manta de oscuridad, como un saco de basura en el que encerrar todos mis miedos y todas mis alegrías.
Y entonces sueño.
Sueño con mi nacimiento, con el día en que aparecí en el mundo en esa cuna de pétalos amarillos y rosados, en esa corona iridiscente que era mi casa, en esos días de invierno y frío, mecido en las alturas sobre la nieve blanca y la tierra dura.
Sueño con la primavera, con ese resurgir de la vida, con la llegada de las moscas y de las abejas, con esa esperanza de llegar a la tierra y ser al fin yo y no nosotros, aunque sólo fuera por un tiempo.
Sueño con el vuelo frenético y el conocer alocado.
Y mientras sueño, a mi alrededor escucho voces, voces frenéticas que no acabo de entender en mi sueño. Pasa así el verano y el otoño.
Y al llegar invierno dejo de soñar.

–¡Eh! ¡Eh! ¿Quién se mueve por ahí abajo?
–Venga hombre, ¿ya estás flipando otra vez?
–Yo no flipo, niña. Y te digo que hay algo moviéndose ahí abajo.
–Claaaro, claro. Será un yeti –resoplido–. Estamos en invierno, amigo, invierno. Y esto es la zona siete: “verano y primavera”. Nada se mueve por ahí abajo en invierno. deberías saberlo.
–Te digo que he notado algo...
Las voces me sacan del sueño y descubro, sorprendido, que vuelvo a estar vivo. Vivo y despierto. Y por si esto fuera poco: creciendo. Soy como la cuenta bancaria secreta de un actor asesinado: nadie me espera, nadie cuenta conmigo, pero aquí estoy.
Uhm...
¿Tachán?
Las voces siguen discutiendo.
–Tu estás loco, Tomi...
El acusado se enfurece.
–¿Loco? De modo que loco, ¿eh?
–Claro, el frío te está afectando...
El llamado Tomi hace un gesto triunfal, lo noto incluso debajo de tierra. La cabeza me duele un poco, siento una presión, como si me empujaran el cráneo hacia abajo con una almohada, de plumas pero con fuerza.
–Pues dime, Lauri, si el frío me está afectando y estoy loco, ¿Qué es eso que está despuntando ahí en medio?
La luz se hace, la presión en mi cabeza desaparece. Tímidamente me abro al mundo, porque lo que está despuntando ahí en medio, querido Tomi, soy yo.
–La leche –dice Lauri.
Echo un vistazo rápido, maravillado, a mi alrededor. Me encuentro en el centro de una selva de calabacines y margaritas, de rosales y madreselvas, de albaricoqueros desnudos y ciruelos deshojados. Nada queda de ese desierto al que llegamos hace ya tanto. A mi lado, una mata de tomate y una planta de laurel me miran con los sarmientos como platos. No tardo en conocer a Lauri y Tomi. 
–Bienvenido, hijo –me saluda ella.
–Lo que faltaba –refunfuña Tomi– Como si no tuviéramos ya poca tierra y poco sol, nos aparece éste... Éramos pocos y parió el tulipán.
–¿Tulipán? –la voz de Lauri suena rara, como si estuviera conteniendo la risa–. Por el amor de Dios, Tomi, mírale las hojas... ¿Cuántos tulipanes has visto en tu vida?
El tomate se pone un poco rojo, un poco más, quiero decir, y mira para otro lado, molesto.
–Pues...
Yo me limito a sonreír, inseguro.


-Cariño, corre. ¡Ven!
Su voz me desconcentra, como siempre. Aunque como siempre la agradezco, porque es su voz y no otra. Dejo la pantalla abierta y le doy al botón de guardar. De camino cojo el tabaco y el zippo, hoy el art-decó. Aprovecho que salgo al jardín para encenderme un pititllo. Prohibido fumar dentro de casa, y más ahora, que estamos tan cerca, tan cerca de enero... 
El patio brilla a la luz del sol con la escasa nieve que aún queda de la noche anterior. Primera nevada del año en diciembre, estas van a ser unas navidades blancas, pero blancas de verdad. Eva está sentada bajo el arbaricoquero. Tapa con cariño la barriga embarazada con una manta azul de esas con mangas, cubriéndola con su mano derecha. Con la izquierda toca algo con mimo.
-¡Mira!
Un rosal de invierno se abre paso, valiente, entre las matas de tomate y la plantita de laurel. Es todavía muy pequeño. Aún así, un capullo desafiante se atreve a elevarse en la blanca estepa, cerrado pero ya formado, con los pétalos amarillos fuertemente unidos en un lazo que, no lo dudo, terminará de abrirse en enero.
–¿Plantamos un rosal de invierno?
Me encojo de hombros ante la pregunta.
–No que yo recuerde.
–¿has visto el color de la rosa?
Sonrío y entrecierro los ojos. Olvidé hace mucho el lenguaje de las flores.
–Una rosa amarilla... Eh... esto... –suspiro dándome por vencido.
–Una bienvenida –me apunta Eva.
Y es entonces cuando nos reímos, porque no se nos ocurre otra cosa que podamos hacer.


8 comentarios:

  1. PRECIOSO. Comos siempre,nos guias por un mundo extraño, ajeno y desconocido, para redescubrirnos otra cosa que no es más que VIDA, desde un punto de vista muy especial. Un besazo!

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  2. Por un momento pensaba que volvías a la ciencia ficción :), ¡me ha gustado!

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  3. Me ha gustado mucho leer el nacimiento de un tulipan desde el punto de vista de una flor, además me lo he ido imaginando poco a poco y cada frase que leía y ha sido genial pero sin duda lo que mas me ha gustado es el final, es precioso :)

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  4. Rafa....menudo final!!!
    que casi me haces llorar joio......
    Por cierto, a ver si me puedo yo escapar a los carnavales de Cadiz en tu nombre el año que viene jejejeje!
    besitos!
    http://eldiariodeshyris.blogspot.com/

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  5. OH RAFA!!! Es PRECIOSO, MARAVILLOSO! Eres increible... me encanta como escribes y como nos llevas a un mundo maravilloso, de belleza, ilusion... Me encanta este relato! un abrazo inmenso a los dos.


    PD: sigo sin poder dejar comentarios con mi cuenta de google. muaks

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  6. Venga te lo has ganado:

    Oooooooooooooooooooooooooooooh! qué bonitoooooooooooooooo!!

    Más emocionante imposibol! Sigue escribiendo que lo haces fenomenal. Besotes

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  7. genial!! me ha gustado mucho y el final super bonito! y yo que estoy sensiblera pues imaginate.

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  8. Precioso texto.

    Que la vida siga su curso mostrando su lado bonito, mostrando ese lado por el que merece la pena seguir.

    Un abrazo,

    Rebeca.

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