Cuarenta grados a la sombra.
La ventana del dormitorio es una boca abierta de par en par de la que sólo emana un cálido y fétido aliento, como de segunda mano; una boca abierta en una carcajada pedante y sin gracia que se ríe de las gotas de sudor que se deslizan hacia la sábana, ropa de un colchón que por acción del calor se convierte en la saliva de un monstruo que languidece de sopor.
Cierro el libro.
Las farolas de la calle se ríen al apagar yo la lámpara
El ventilador jadea en una esquina de la habitación esforzándose inútilmente por remover un aire tan caliente como la calefacción del infierno en medio de un zumbido que hace pensar que el tiempo ha parado, que el amanecer nunca vendrá, y tan sólo el canto de los grillos me asegura que el segundero, aunque lento y pegajoso, sigue corriendo...
–Obvio, ¿no?
Me siento en la cama sobresaltado porque, ahora sí, el tiempo se ha parado por completo. Mi yo cínico me observa burlón desde los pies de la cama. Lleva una camisa blanca y un pantalón corto de tela a juego con el mojito de su mano derecha. También lleva una sonrisa petulante, un moreno más profundo que el mío y no suda ni gota, el mamón, así que se le ve más guapo de lo que realmente soy.
Puff, resoplo.
Él enarca una ceja, sorprendido. Me levanto sin hacer ruido y salgo de la habitación abriendo la puerta con cuidado de que no entre el gato, más por costumbre que por necesidad, pues Chihiro está tumbada sobre su escalón preferido y el tiempo no corre en el mundo real cuando mi yo cínico me visita. Esquivo a un mosquito estático en pleno vuelo y cojo el tabaco y el mechero del cuarto de baño que suelo utilizar para afeitarme. No pierdo el tiempo y le doy una furiosa calada al cigarrillo recién encendido en cuanto salgo al jardín.
–Estás en gayumbos –me advierte mi crítico interior.
Me encojo de hombros.
–Eres un gilipollas y un prepotente –le suelto a quemarropa y sin avisar.
Mi yo cínico da un paso atrás. Generalmente los insultos son cosa suya, pero el calor me pone de una mala leche tremenda.
–Vaya, estamos nerviosillos...
Le señalo el vaso que lleva en la mano.
–¿Mojito? Los dos sabemos que ambos somos más de bourbon y de absenta.
El cínico parece acusar el golpe, pues titubea un poco.
–Es que...
–Es que te mola aparecer bebiendo mojito porque según el relato de ayer Dios bebe mojitos, no lo niegues –le salto a la yugular–. Muy freudiano todo...
Se termina la bebida de un trago y extiende las manos vacías ante sí.
–Eh, no escurras el bulto –se defiende–. Fuiste tú quien escribiste en primera persona haciéndose pasar por Dios.
Touché.
–Además –continúa–, al fin y al cabo nadie ha entendido una mierda del final del relato de la entrada anterior.
Doble touché.
–¿Qué querías escribir exactamente? –me pregunta.
Me encojo de hombros, más por la costumbre que por otra cosa. Las estrellas brillan que te cagas ahí arriba, así que mientras exhalo el humo me las quedo mirando como un atontado de ciudad –que al fin y al cabo es lo que soy–, que ya ha olvidado cómo son las estrellas.
–No lo sé –reconozco–. Supongo que precisamente quería expresar eso, que Dios nos hizo a su imagen y semejanza.
El cínico se descojona, el muy.
–¿Sabes que lo que escribiste entra de lleno en la blasfemia?
Me encojo de hombros otra vez sin dejar de mirar al cielo. ¿He dicho ya que las estrellas son acojonantes cuando no hay luz que tape su brillo?
–Es posible –reconozco–, pero no era esa mi intención.
–¿Y cual era?
Me lo tomo con filosofía. Entro en la cocina y me pongo un ron con hielo. Ya no queda whisky en casa. Jodida crisis. El cínico me espera sentado en el balancín cuando vuelvo a salir al jardín.
–¿Y bien? –me pregunta.
Me enciendo otro pitillo y, tras un trago largo del mismo ron que bebí cuando pensé que Chihiro había abandonado la casa, me doy cuenta de que casi parece que vaya a iniciar un ritual de santería. Me río.
–De acuerdo, de acuerdo –suspiro–. Supongo que, como Rodri, no entiendes la necesidad de Dios de conversar con las luces, ¿no?
El cínico hace un gesto indiferente con la cabeza, como si la verdad le importara poco menos que una mierda.
–Es posible –acede al final.
–Bueno... supongo que lo único que quería era demostrar esa faceta humana del Dios en el que creo –confieso–. Quiero decir... ¿Sabes en el señor de los anillos, cuando Frodo le ofrece el anillo a gandalf y el mago lo manda a hacer puñetas? Pues a veces pienso que Dios, mi Dios, es algo parecido. No se trata de reinar por la fuerza ni de demostrar su poder, sino de simplemente encaminar y hacer lo que por encima de todas las cosas es correcto.
–Pero la moral y la ética, lo correcto y lo incorrecto, son conceptos aprendidos.
Le doy un trago al ron y asiento con la cabeza, sin embargo mi boca responde:
–No. Eso es lo que siempre se nos ha forzado a creer, pero los dos sabemos que no es así. Nadie en su sano juicio lo aceptaría, al menos nadie que haya dedicado un rato más largo que un pestañeo a pensar en el asunto.
El cínico se descojona.
–Decir eso y no decir nada es lo mismo. Así nadie te va a creer.
Me encojo de hombros, lo que ya viene siendo el gesto de la noche.
–Imagínate a un enano a medio metro del suelo... no espera, a setenta u ochenta centímetros del suelo.
Asiente con la cabeza.
–Hecho –acepta–. ¿Qué hace el enano exactamente?
Sonrío con maldad al responder.
–Soplarme los huevos.
–Eeeeh, relax –protesta mi crítico interior–. Ese tipo de frases son cosa mía.
En eso tiene razón.
–De acuerdo, a ver cómo te lo explico... En el antiguo testamento Dios se tira todo el día dando la brasa a los judíos, puteándolos y mandando castigos sobre la tierra, ¿y de qué le vale eso?
–¿De nada?
–Gracias, quiero decir... exacto, de nada. Y algo parecido ocurre con la humanidad: nos hemos tirado milenios en guerra, pero a la hora de la verdad, cuanto más evolucionamos, más descubrimos que las guerras son inútiles. Y no, no me refiero a los gobiernos que deciden gastar el excedente de munición sobre otros países, sino a los ciudadano, a los seres de a pie, a nosotros. Ese era el punto que quería destacar en mi relato: el parecido entre el hombre y Dios, entre Creación y Creador.
El cínico piensa y asiente.
–Vale, pero eso es prepotente y blasfemo.
Me encojo de hombros.
–Yo prefiero pensar que es simple y llana publicidad.
–¿Publicidad de Dios?
–¿Por qué no?
Mi crítico parece darse por vencido y un vaso de bourbon aparece en su mano.
–De acuerdo, aceptamos enchufe como anguila eléctrica, pero hay algo que no entiendo.
–Dispara.
–¿Qué coño son esas luces y quién coño las ha creado?
La carcajada me asusta hasta a mí.
–Pensé que habíamos terminado ya con las dichosas preguntitas –me parafraseo a mí mismo, pero como veo que esta vez no va a colar tomo aire y añado–. Nosotros. Nosotros somos esas putas luces. ¿Lo pillas ya?
El cínico medita en lo que ello conlleva
–¿Y la invasión?
–Una metáfora, o si lo prefieres, una alegoría.
–¿Una alegoría de una sola frase?
–Una alegoría de cien años de tradición de cine y literatura.
Ahora sí, se ríe.
–No sé si eres un genio o un capullo.
-Creo que más lo segundo que lo primero –confieso–, pero la culpa es del calor.
Nos terminamos los vasos y el canto de los grillos me avisa de que el tiempo vuelve a correr. Dueño de nuevo de mi propia vida, decido que mañana, sí o sí, vamos a comprar un aire acondicionado de los baratos para el dormitorio.
Un abrazo a todos y feliz inicio de semana!
Jajajaaaa simplemente genial.... Comprate el aire.... Yo por si acado me he puesto un ventilador en la habitacion. Un besito.
ResponderEliminarmuy buena explicacion a tu relato de ayer. por cierto que calor que hace no? jejeje
ResponderEliminarFeliz lunes
Me encanta tu cínico, invítalo más a menudo. Por lo que veo, el cínico nos cree más lerdos de lo que somos jajaja porque a mí lo único que se me había escapao es la alegoría (que todo sea dicho, tiene tela, esta es de 10 en literatura en un comentario de texto jajaja!). En mi terraza, las estrellas del pueblo brillan de una forma que nunca había yo descrito, pero creo que el adjetivo acojonante es el que mejor le vienen: me hacen sentir ridículamente pequeña.
ResponderEliminarUn besazo, Rafa!
Bonito relato Rafa!
ResponderEliminarTodos tenemos un yo distinto que de vez en cuando sale a flote y nos da un par de collejas, casi siempre suele sacar nuestra mala leche!!
Ese era mi yo permanente hace años, parecía que estaba enfada con el mundo.
Hasta que conocí al metalero, y se me suavizó el carácter, sacó a flote a una Rebeca desconocida, pero de vez en cuando ese otro yo, sale a dar un paseo demostrando mi raza y mi mal genio!!
Un abrazo para toda la familia.
Rebeca.
No lo entiendo!!! No quiero dar el coñazo por aquí, así que ya hablaremos en persona, y de paso no quedo como un retrasado mental. Pero joder, qué guapo.No en serio, no ya la explicación. El relato en si, está jodídamente bien escrito, y leer mi nombre en él da un subidón mayor del que me gustaría reconocer xD
ResponderEliminarA pesar de que el Rafa cínico sea un borde, mola muuuucho jajaja.
En fin, no queda na para el viernes!!
Cuidaos mucho y un abrazo muy fuerte!
Rodri.
Gracias Rafa por la explicación, aunque tienes saber que cuando Rodri y yo leimos la entrada y dijo que no sabía que eran esas lucecitas yo le dije que creía que eramos nosotros, pero me dijo él que no podía ser por algun motivo que ahora mismo no recuerdo. Estoy de acuerdo con Rodri en que tu y tu otro tu molais un montón.
ResponderEliminarPD. Buena elección que al final compreis el aire acondicionado porque yo, aún estando aquí en el campo y recien regado el césped hace calorcito!!
Un besazo y que se de bien ésta tarde cuando veais a la gambita (ya de un tamaño mayor)