miércoles, 31 de julio de 2013

Relato: Dos nuevos hermanos

Dos nuevos hermanos.

El ambiente en el interior del panteón estaba demasiado cargado. Fuera de esas cuatro paredes –de esas doce paredes, para ser más exactos– había nubes, por supuesto que había nubes, y un sol radiante, y brumas, tonos rosados y todo lo que uno esperaría encontrar a varios metros sobre el invierno que azotaba el planeta.
Pero en el panteón... En el panteón, el ambiente estaba cargado.
Décereck apagó el cigarrillo con una calma fingida, arrancó un tintineo de hielo a su copa de brandy con un leve gesto de muñeca y miró a sus once hermanos.
Julianne y Juna conversaban en un aparte ante el inmenso ventanal, deliciosas en sus vaporoso vestidos veraniegos e impasibles al resto y a los vanos intentos de August –pijo playa siempre moreno, como lo llamaba Énerest con un poco de envidia– por llamar su atención.
Nórverter, Fréberick y Octavio, se habían desprendido de sus gruesos abrigos y discutían sobre el asunto con una gravedad que, en comparación, hacía que el concilio Vaticano II pareciera una reunión de universitarios puestos de speed y viagra.
Marthlon, Auvrïle y Mey, ajenos como siempre al devenir del mundo, ensayaban unos pasos de baile al son de la vieja música que surgía de una gramola comida por el paso de los siglos.
Septelia y Énerest no se separaban de Décereck. Sentados a su lado ante dos copas de whiskey, lo miraban esperando a que hablara.
Era una jodida locura.
Pero tenía que decir algo.
Lo que fuera.
Décereck carraspeó y las miradas se volvieron hacia el hermano menor y, todos estaban de acuerdo en eso, más sabio.
–Así que... nuevos hermanos, ¿eh?
No era una gran frase, pero era algo.
Marthlon, despreocupado y cabeza hueca como él solo, tomó el relevo:
–Dos, para ser exactos.
Mey puso la puntilla con su voz cantarina:
–Una demostración universal del poder de la renovación y de la fuerza creadora de unos progenitores que aún son fuertes y...
Décereck la interrumpió con un gesto rápido de su mano que hizo que derramara unas gotas de licor sobre la mullida alfombra.
–Suficiente –exclamó– ¿Sabéis acaso quienes son su padres, a todo esto?
Los once hermanos se miraron, sin saber muy bien qué responder.
–¿La Fuerza Creadora? –probó suerte Auvrïle.
Énerest y Septelia pusieron los ojos en blanco. Nórverter miró a su hermana con frialdad.
–No –se limitó a decir con una voz cavernosa que convertía al cero absoluto en un juego de hornillo para niños–. No empecemos, por favor. Por muchas mayúsculas que le pongas no ha sido esa... fuerza creadora que tanto adoras, Auvrïle. Tampoco han sido las hadas, las dríadas del bosque, los ángelitos de los arroyos ni cualquier otra gilipollez que se le pueda ocurrir a tu dulce y completamente hueca cabecita, querida hermana –concluyó con acritud.
La chica hizo un mohín con los labios. August, incómodo por la actitud de Nórverter, flexionó sus enormes músculos, cubiertos a duras penas por una camiseta de tirantes y pasó un brazo sobre los hombros de Auvrïle en gesto protector.
–No hay por qué ser groseros, hermano –gruñó con voz masculina.
–Tampoco hay por qué ser imbéciles, hermano –respondió Nórverter.
–Basta, no quiero peleas –intercedió Énerest–. Y menos en un momento como éste.
La tensión se relajó. Puede que Énerest no fuera el más listo de los doce, pero seguía siendo el mayor.
Marthlon carraspeó y retomó el hilo de la conversación:
–De acuerdo. Vamos a tener dos nuevos hermanos... ¿Y qué? Habláis como si todo esto fuera algo malo. ¿La familia crece? Pues genial –de repente pareció perder todo su aplomo–... ¿O no?
Décereck soltó una carcajada tan divertida como un funeral militar.
–Es bueno que la familia crezca –consintió al fin–. El motivo no lo es tanto.
Todos se volvieron a mirar al hermano menor.
–¿Por qué no? –quiso saber Fréberick, que hasta el momento había seguido la conversación en silencio junto a Octavio.
Décereck se encendió otro cigarrillo e inhaló profundamente.
–Porque dos nuevos hermanos significan que las cosas han cambiado –dijo con voz átona mientras exhalaba un humo azulado–. Y eso no es bueno.
August se agitó.
–¿Me estás diciendo que nos has reunido a todos aquí, en el panteón, para hablarnos de tu miedo a los cambios? –repuso, indignado.
Nórverter resopló, impaciente, comprendiendo al fin lo que pasaba.
–No te pongas en evidencia, hermano: ¿Cuánto hace que no vives un verano como los de antes, que no sientes el calor, el Calor de verdad en tus huesos? Joder, ¡si tu bronceado huele de lejos a rayos uva y a crema barata!
–¿¡Cómo te atreves a...!?
Décereck agitó la mano, reclamando la atención.
–Basta. Me habéis preguntado quienes son los padres de estos nuevos hermanos –le dio un trago a su copa, propiciando una pausa dramática–. Sus padres... Obviamente son los mismos que los nuestros. ¿Lo entendéis ya?
Los doce miraron al suelo, como si pudieran traspasar la gruesa capa de mármol, imaginación y nubes, que sostenía el panteón a miles de metros sobre la tierra.
–¿Y eso quiere decir...? –musitó Auvrïle con una voz que partió el corazón de Décereck.
–...Que vamos a tener que ir a verlos, queridísima hermanita –suspiró el menor con una sonrisa cínica.


El ambiente en el interior del búnker estaba cargado. Puede que varios metros por encima, sobre la corteza terrestre, hubiera nieve, granizo, fuertes corrientes y todo lo que uno puede esperar de un feroz invierno.
Pero en el búnker... En el búnker el ambiente estaba cargado.
El presidente de la Alianza de Países en Crisis –lo que venía a reunir a todas las naciones de la tierra–, se levantó de la mesa dispuesto a abandonar la reunión. Los representantes de los países miembros de la Alianza, un grupo de militares mal recortados y peor vestidos, cerraban sus maletines con chasquidos solitarios y caras grises que no hacían presagiar nada bueno.
–¿Dos meses nuevos? ¿¡Dos putos meses nuevos!? –el susurro feroz del Secretario de Naciones tomó por sorpresa al presidente– ¿De verdad pretende que me crea que el planeta está a punto de irse al carajo y lo único que puede ofrecernos, señor presidente, es ampliar nuestro calendario en dos putos meses para ajustar nuestra medida de tiempo a la nueva... “realidad orbital terrestre”?
El presidente esbozó una cordial sonrisa y se giró hacia el secretario.
–Vuelva usted a poner en duda mi criterio públicamente y le meto una bala en la cabeza. Puedo hacerlo. Ventajas del estado de emergencia –dijo el hombre sin perder la sonrisa–. Además, Ethan, ¿qué cojones quería que hiciera?
El secretario entrecerró los ojos.
–¿Permiso para hablar libremente, señor?
–Denegado –respondió el presidente.
–Voy a hacerlo igualmente.
–Lamentaré tener que matarte –suspiró el presidente de la APC, tuteándolo.
El secretario sonrió, los representantes habían terminado de abandonar la estancia y estaban solos en el interior de la sala de reuniones.
–Déjate de gilipolleces, Arthur. Tu mujer te mataría si supiera que le has metido una bala en la cabeza a su hermano favorito.
Arthur Rayne, presidente de la ACP y cuñado del Secretario de Naciones se dio por vencido.
–Vale, Ethan,tú ganas.¿Qué querías que dijera?
–No sé... Podías haber probado suerte con la verdad –apuntó el secretario.
–La verdad... –Arthur sonrió.
Ethan dio un golpe en la mesa.
–La verdad. Sí, la verdad. Empezando con el porqué nos salimos de órbita hace treinta años y cómo estamos cada vez más lejos del sol.
–Así que la verdad es, para ti, una teoría... –musitó Arthur.
Su cuñado negó con la cabeza.
–Los cadáveres que encontramos en la estación Ultra son mucho más que una teoría.
El presidente de la APC soltó una carcajada amarga.
–Así quem según tú, tenía que haberme plantado ante los representantes de TODAS las naciones de la tierra para explicarles que, según una sarta de tarados conspiracionistas, estamos siendo víctimas de una maniobra alienígena que pretende convertir nuestro planeta en un bloque de hielo apto para ser invadido por su raza –repuso, sarcástico.
Ethan no dio muestras de captar la ironía.
–Especie –corrigió.
–Lo que sea...
–¡Maldita sea, Arthur, hemos perdido Alaska, el norte de Cánada, y hace meses que no tenemos noticias del Norte de Europa! ¿Me dices de los cadáveres de la estación Ultra son fruto de una teoría conspiracionista? ¡Que te jodan! Ese sí habría sido un buen comienzo...
–¿El qué? –bromeó Arthur– ¿Que me jodieran?
–Y que te vuelvan a joder –exhaló Ethan–. Si no reaccionamos pronto, la especie humana está condenada. Pero tú sólo te preocupas por añadir dos meses al calendario escolar. De coña.
Arthur sonrió.
–¿Cuánto hace que no vives un verano como los de antes, que no sientes el calor, el Calor de verdad en tus huesos? –recitó.
–¿Qué quieres decir con eso? –quiso saber Ethan, mosqueado.
Arthur no perdió su sonrisa.
–Quiero decir, amigo mío, que subestimas a la especie humana. Necesitamos estar unidos. Necesitamos estar de acuerdo. Y si convencemos a todas las naciones de que añadan esos nuevos meses, tendremos dos poderosos aliados para tu lucha. Y créeme, también necesitamos eso.


Rafa del Río

Help Wanted.



Pues sí, mira que me tocan la fibra este tipo de cosas... pero qué leches: necesito que me echéis un cable:

Llevo muuuucho tiempo con tres ideas para una próxima novela. Sí, sí, esa que nadie querrá publicar, y francamente, no acabo por decidirme. Después de mucho pensar, con la neurona a pleno rendimiento, he decidido que en los próximos días voy a subir una serie de relatos que más o menos expliquen la idea central y estén centrados en los universos de dichas novelas: Un universo futuro, un mundo apocalíptico que agoniza y un universo postapocalíptico y cuasi medieval.

¿La idea? Que me deis vuestra opinión los que queráis, aro acerca de esos relatos y cual llama más vuestra atención. Particularmente tengo mi favorita, pero quiero saber cómo lo veis vosotros, para ajustar o directamente cambiar de idea.
Empiezo ya mismo con un relato titulado "Dos nuevos hermanos", que subiré en unos minutos. El nombre de la novela no lo pongo porque haría spoiler... Espero que os guste y no se os haga pesado.

Muchas gracias,

Rafa


martes, 23 de julio de 2013

¿Dónde fuiste, inspiración?


Revolotean sobre mi lecho, extasiadas, diminutas, hermosas... Rendidas a unos principios que, si alguna vez fueron ciertos, yacen ahora olvidados y presos en las jaulas de un tiempo que jamás llegó a existir. Reflejos extendidos a lo largo de un fatal abrazo que, entre juegos, supuso mi primera muerte. 
Como polillas entregadas a una llama que, sin saber, yace extinta -luciérnagas que apenas iluminan un camino por nunca en los mapas registrado-, las palabras se posan en mis manos. Manos incapaces, de tan cansadas, que no logran retener entre sus dedos el sentido de estas fugaces estrellas.
¿Está escrito en ellas el final de aquella novela que jamás te llegué a narrar?
Tampoco importa.
Nada importa.

Cuando las palabras vuelan libres, la cabeza del autor es un páramo vacío y yermo.

Rafa del Río.