sábado, 30 de marzo de 2013

Micro relato: Deja Vu

Está basado en un viejo relato que escribí hace tiempo, al que ahora he convertido en micro-relato de bolsillo. Espero que os guste ;)

        Deja Vu



Abro los ojos, abandonada al fin esa oscuridad caliente, pegajosa y oscura. Unos focos blancos, hirientes, que me hacen apretar la boca de dolor; recortan la silueta de un hombre cuya voz, dura, ronca, resuena en mis oídos. Alguien graba mi dolor con una cámara, disfrutando mi desnudez en la acreditación de un experimento del que soy, a un tiempo, víctima y sujeto.
¿Dónde estoy?
La luz remite. Junto a mí hay una mesa cargada de utensilios punzantes y afilados que no dejan lugar a dudas de su autentica naturaleza. La habitación de azulejos blancos, refulgentes, como de cuarto de baño, pierde su pulcritud en las manchas de sangre que tiñen el suelo y las paredes bajo la figura de una mujer que jadea a mi lado.
Cabrones...
Trato de ayudarla, pero alguien se acerca y, alzándome en vilo, como si fuera no más que un espantajo fantoche, me golpea las nalgas.
Lloro.
Al oír mi llanto, la mujer jadeante sonríe y extiende hacia mí sus brazos.
¿Qué..?
El tipo de la cámara me enfoca y me habla con suavidad:
--Dile hola a mamá.
Susurra.

jueves, 21 de marzo de 2013

Anónima paseante.

Camina con la fuerza y la elegancia de una pantera en la selva, única conocedora de una sabiduría manifiesta en sus gestos, en sus andares, en ese aire suficiente con el que arroja su melena cándida a los oscuros albores de un atardecer que se hace noche. 
El semáforo ante ti se pone verde, pero ella, princesa infinita del tiempo que a su antojo maneja y recrea, se limita a caminar a paso lento, delicado, perdida en la cadencia de su propio caminar mientras escribe, decadente, un mensaje en su whatsup. 
Los coches esperan, parado el tiempo en la silueta que se recorta contra el sol rojo que ya muere, y cuando al final cruza, no puedes evitar avanzar tu coche y colocarte, a su paso, junto a ella. 
Da igual que tu esposa y tu hija te miren, sorprendidas, desde el asiento trasero: A veces hay que jugarse la vida a cara o cruz y tirarlo todo por la borda. 
Por eso te pones a su altura y bajas la ventanilla. Por eso te asomas y la miras, con una sonrisa anhelante. Cuando ella, con picardía, se hace la ausente, respondiendo de soslayo con su mirada a tus ojos; sonríes como un lobo y se lo dices:
-Gilipoooooollas. 
Niñatas pijas a mí... 
Con la boca llena y muy a gusto, sintiéndote como un pequeño Dios, dejas que el motor del coche cante un ronquido de satisfacción".

¡¡¡FELIZ JUEVES!!!

viernes, 8 de marzo de 2013

Seppuku




Nunca quise hacerte daño. ¿Cómo puedo convencerte? Guardo en mi corazón todo un catálogo de sentidos del que tú, mi vida, mi diosa, has sido siempre la actriz protagonista: La imagen de los primeros días, de tu corta melena pelirroja, de tus dulces ojos verdes, huidizos, tratando de negar lo nuestro. El sabor de ese primer beso en los lavabos, asustada, de esa copa a medias cuyo contenido vibraba al ritmo de la música que atronaba en el tugurio. El olor de tu sudor excitado, de tu colonia de adolescente rebelde, del chicle que masticabas cuando, nerviosa, mirabas alrededor en busca de tus padres. El tacto de tu piel, de tus cabellos, de las medias que vestiste para mí aquella, nuestra primera vez... Todo ello, siempre tú, ha estado presente en lo más hondo de mi alma desde el día en que te conocí.
Lo nuestro nunca fue sencillo, eran otros tiempos. El amor entre mujeres se reservaba en exclusiva a las letras de Nacho Cano y a las películas para adultos. La sociedad no estaba preparada para nuestros sentimientos, mujer contra mujer, no vestíamos bikinis ni luchábamos en el barro. Tampoco nos importó: Las críticas de tus padres, las miradas altaneras de tu hermana y, sí, los comentarios ácidos de mi familia no acabaron con lo nuestro. Dos contra el mundo, rebeldes sin causa de un amor apasionado sin nombre ni etiqueta, sólo amor; nos empeñamos en no dejar que la incomprensión nos hundiera. Con el metal de sus lenguas afiladas forjamos esa escalera que, peldaño a peldaño, acabó llevándonos hasta un altar que nunca, ni en nuestros sueños más locos, creímos posible.
Fueron años duros, con sus luces y sus sombras, sus buenos momentos y sus pesadillas, plagados de despertares amorosos y de sudores fríos en la noche.
Y nunca, ni un sólo minuto, fui capaz de dejar de amarte. Por lo que eras, por lo que había sido, por lo que fuiste y por todo aquello en lo que, sin duda, llegarías a ser. Es fácil enamorar a una persona convirtiéndote en todo aquello que ésta siempre ha soñado, pero cuando consigues que una persona te ame por ser, tan sólo, como eres... Entonces ni la lluvia ni el infinito pueden extinguir su esencia.
Aunque ni siquiera ahora lo creas.
El resto ya lo sabes: nuestra boda, el nacimiento de la pequeña Helena, el funeral de tu padre... Estábamos preparadas para todo.
O casi todo.
La crisis, la maldita crisis, acabó con nuestra vida de ensueño, con nuestra casita de papel en lo alto de la colina del imposible. Un estudio de veinte metros y facturas por pagar en la encimera. Palabras agrias, malos gestos, esa luz oscura que brillaba en tus ojos apagados por el sueño y los miedos cuando me mirabas pensando que no podía verte... Y la pregunta, esa pregunta que no parabas de hacerme y que, poco a poco, sin darte cuenta, me estaba matando por dentro: “¿Aún me amas?” Respondía, siempre te respondía, pero tú hacías oídos sordos a mi respuesta y preferías escuchar a ese tiempo que por nosotras había pasado, a las arrugas que enmarcaban esos ojos verdes que día tras día se apagaban un poco más, a la flacidez de esos brazos otrora firmes, a los estragos del paso de una edad que, a pesar de tus temores, no hicieron en mí sino el quererte aún más.
Aunque seguiste sin creerlo.
Fue entonces cuando lo conocí a él. Sí, Él, yo también me sorprendí al principio. Podría decirte que fue todo una casualidad, una broma del destino, un azar... Pero no quiero mentirte. No a estas alturas: Fui yo quien entró en ese foro sabiendo dónde me metía. Fui yo la que, llevada por una desesperación infinita, buscó su nombre y preguntó por él. Y fui yo, en definitiva, quien escribió nuestro primer saludo.
Al principio pensé que sería cosa de una noche, un visto y no visto, pero él dijo que tendríamos que conocernos primero, “hacer las cosas bien, poco a poco”.
Y yo acepté.
Una cena espontánea, varias copas en el bar de moda, un café a media tarde, baile... Y mientras, yo, mintiéndote, inventando mil excusas para que no supieras encontrarme, ocultando con vaguedades el olor a alcohol de madrugada y el perfume masculino que se me pegaba a la ropa como un invitado indeseable.
Como si fueras idiota.
Ayer te escuché llorando en el baño y algo se rompió dentro de mí.
Es por eso, sólo por eso, que esta noche he vuelto a quedar con él.
Por última vez.
Iremos a cenar a un buen restaurante, ¿por qué no? Y luego tomaremos unas copas, lo ideal para preparar el ambiente. Nada como el grado exacto de alcohol en sangre para dar punto final a esta locura. Luego subiremos al coche, su coche, y buscaremos un sitio tranquilo. El puente nuevo, aún en obras, parece el lugar perfecto. Nos pondremos cómodos, hablaremos, y cuando ya esté todo dicho, por fin, lo haremos.
Cuando el coche salga despedido sobre los pilares del puente nuevo, cuando se hunda poco a poco y yo sea incapaz de abrir el cierre del cinturón de seguridad; mientras las aguas de la bahía amenazan con tragarme para siempre y él abandona el coche, tal y como hemos acordado... Pensaré en ti. En el dinero del seguro con el que, por fin, podré daros ti y a nuestra pequeña Helena todo aquello que en vida fui incapaz de ofreceros.
¿Me odiarás? Podré morir con ello. Lo que no podría, ni en sueños, es seguir viviendo así.

Rafa del Río

miércoles, 6 de marzo de 2013

Relato: Antes de que amanezca.



Todo empieza antes de que amanezca, con el ruido de tus llaves arañando el metal de la puerta. Te acercas a mí soñoliento y, sin una palabra, me miras y pintas en tu rostro macilento y sin afeitar una sonrisa que me resulta tan contagiosa como excitante. Yo, por mi parte, no puedo menos que mirarte y sentir, como una corriente eléctrica, el sabor de la anticipación apoderándose de mi cuerpo.
No son necesarias las palabras, nunca lo han sido, los dos sabemos que sólo necesito tus pasos masculinos y ese gruñido tan sexy con el que sueltas la chaqueta y el portafolios sobre tu mesa de trabajo. No pierdes la sonrisa y carraspeas, llevándote una mano nudosa y varonil a los labios. Temblorosa, trato de serenarme para que no comprendas que tú, entre todos los seres de este mundo, das auténtico sentido a mi existencia. Pero no hacen falta más engaños, pues los dos sabemos que somos lo único que tenemos, y por eso acercas tu mano a mí, y, aún callado, pasas tus dedos cálidos sobre mi cuerpo, llegando casi sin quererlo a esos botones que sólo tú conoces tan bien.
No puedo evitar tardar un poco, nerviosa, llevada por los celos de tus compañeros de trabajo y sus comentarios malintencionados acerca de la nueva, la del departamento de al lado, con su aroma a vainilla y su sofisticado traje rojo. Pero tú no me haces reproches, sino que sigues fiel a mí, y esperas, paciente, a que olvide mis miedos y me entregue por completo. Voy respirando, al fin, jadeante, sintiendo ese calor asfixiante y delicioso que sube desde mis entrañas cada mañana, antes de que amanezca, cuando posas tus manos en mí. Tú me sigues acariciando, sonriente, esperando al momento álgido en el que tus labios se acercan y, perdido ya todo el decoro, olvidados nuestros tabúes, bebes de mí como de un manantial, como si realmente fuera yo y sólo yo la fuente de toda la vida que en tu interior habita.
Es entonces cuando más disfruto, perdida en el placer de saberme tuya, caminando como en sueños por cada rasgo marcado de tu rostro atractivo y maduro. Imagino, no temo decirlo, que soy una para siempre con tu pantalón de tela, con la camisa siempre arrugada que vistes con premura en la madrugada, con esa eterna chaqueta y ese ceño ya fruncido por el duro día de trabajo que nos espera.
Por unos segundos, antes de que amanezca, me siento amada, aunque sólo sea por unos instantes. Hasta el momento en que perdida la sonrisa me abandonas, como siempre, cuando el sol ya pinta el cielo, con un gracias más imaginado que dicho. Yo, estúpida de mí, te respondo con un pitido inaudible, jadeante y vaporoso. Como esa cafetera vieja y tonta que soy y que sabe, aunque se mienta a sí misma, que antes o después acabará siendo abandonada por esa otra, la nueva, con su aroma a vainilla, su carcasa roja brillante y su café con sabor a caramelo.
Pero ya es tarde. El sol sale. Sólo me queda soñar con que mañana, una vez más, volveremos a fundirnos en un profundo trago.

Rafa del Río

martes, 5 de marzo de 2013

Nuevo relato: La abuela

Hoy he decidido que voy a volver al mundo de la escritura. No se trata de que vaya a intentarlo. No se trata de que vaya a echarlo a cara o cruz.
Ná.
Voy a volver.
Ana ya empieza a estar mayor y... qué narices, el gusanito me lo pide (no, no os hagáis imágenes raras, que ya os veo venir).
Y para inaugurar el regreso... ¿Qué mejor que un relato como este?
Espero que os guste, va dedicado a A.m.Caliani que hoy, casi sin querer, me ha devuelto las ganas por escribir algo como esto.
Espero que os guste y perdón por la desaparición... Los niños. Ya se sabe ;)



La abuela.

Sus manos acarician el pan con el toque amable de los viejos conocidos. Sin violencia, casi con mimo, las manos se mueven con firmeza sobre la masa en la justa elegancia de los que a punto estuvieron de crecer juntos. La levadura va despertando al calor amoroso de esos dedos que son para ella un hogar, y mientras las elásticas fibras trazan dibujos intrincados en las grietas de una piel ya ajada hace mucho, los pensamientos vuelan hilvanados en una nube, tal vez un enjambre, de memorias que lejos están de pensar siquiera en desaparecer.
Fue...
Sonríe pícara.
Ella fue...
Una estrella,
la primera, en el anochecer de otras ansias. Nunca faltó atento público a su blanca pantorrilla, desvergonzada pieza de porcelana nívea, mujer espléndida, coqueta... Faro de la noche a medias mostrado al alzarse, apenas un pulgar, el telón de unas faldas tupidas durante el baile sin fin de aquellas fiestas de mayo. Tampoco faltaron poetas que cantaran su sonrisa, aunque fueran de vocal analfabeta, más duchos con la azada que con la palabra, y fue vestida su mirada y su hermosura por trajes escritos a pulso o cantados de iletrada memoria en rimas que lo que perdían de enrevesado lo ganaban en sincera y honesta admiración.
Fue...
Una alegría que se pierde en añoranzas, da un toque de luz a su mirada.
Ella fue...
La luna,
la belleza inalcanzable de ese brillo de plata en una noche de verano, el camino argento que riela hasta el infinito del mar prometiendo tesoros imposibles en un guiño otrora seductor que se convierte en cómplice con el tiempo. Y con el tiempo besó la tierra, y el imposible perdió su fuerza en los brazos de ese soñador enamorado que ahora la mira impaciente, tierno galán y caradura postrado, desde la foto enmarcada en caoba y termitas. Modelo vestido de boda que la insta con su sonrisa no caduca, imperturbable, a reencontrarse de nuevo allá donde quiera que el maldito fuera cuando abandonó, por causas de fuerza mayor, no sólo el hospital sino también la familia, el mundo, y todo lo que en ellos, alguna vez, hubo a bien el habitar.
Fue...
El suspiro se hace más leve, más ligero. Alegre.
Ella fue...
Un mundo,
un mundo entero, y como la gran Gea de los haedos, a la que ella apenas conoce más que de oídas de una mitología que se pierde en la memoria, dio ella a luz a sus hijos de la mano de un tiempo que, en este mito, no amenazaba con comerlos, a no ser que fuera a besos y desde el más profundo de los amores.
La vista se nubla en una torcida sonrisa de cinismo.
No todos salieron adelante, eran otros tiempos y casi, casi, otro espacio: Unos nacieron muertos, otros cayeron al frente, con una cruz o un libro rojo, eso ya no más no importa, aunque siga doliendo en las entrañas. Pero algunos perduraron, y los que valieron araron los campos en más de un sólo sentido y viajaron, derrotando las fronteras -que entonces parecían de piedra-, de un pueblo que ya por entonces amenazaba con quedar vacío.
Fue...
Vuelve a reír, poderosa.
Ella fue...
Un pueblo,
una fuente de cultura que, aunque con el dedo y de corrido apenas leer pudiera, se convirtió en ama y sirviente de su propia casa, partera y doctora en las aflicciones de los suyos, y estratega, militar doméstica, botánica y juez mediadora, amante de ese que aún espera y dolorosa enterradora de féretros, unos ligeros al peso, otros cargados de piedras. Nunca faltó saber en sus acciones, inteligente como sólo la necesidad enseña. Convertida en leona, aunque maldita fuera si imaginar pudiera una, se enfrentó a la vida, a la tierra, al hombre y a sus propios sueños para albergar a los suyos y darles, aunque fuera, una oportunidad de entender todo aquello que ella, en su ignorancia, no fue capaz siquiera de alcanzar siquiera con las puntas de los dedos.
Fue...
Menea la cabeza, cansada.
Ella fue...
Pero ya no hay tiempo,
la masa reposada ha aumentado su tamaño, desprendiendo ese olor húmedo y casero a lluvia sobre la tierra, a hierba recién cortada, a familia reunida y dolor del alma. El horno de leña espera, ya ardoroso, expectante, para envolver en su calor al pan. Un calor mayor, quizá, pero menos amoroso que el de las manos de la anciana.
Pronto el aroma a pan recién hecho, a corteza crujiente y miga esponjosa envolverá la vieja cocina de piedra, y entonces vendrán los hijos, y los nietos, que la mirarán como a un extraño porque la abuela esta chocha, porque la abuela no rige, porque la abuela, con las cicatrices de la guerra en las espaldas y la marca de sus hijos en las entrañas, ya no entiende: es de otro tiempo y no sabe lo difíciles que son ahora las cosas.
Y ella reirá, y será feliz de verlos. Aunque cada vez sean menos, aunque cada vez tarden más en venir, la abuela sonreirá imperturbable a las peleas entre hermanos, a las miradas aburridas que le dirigen sus nietos con esos ojos separados por apenas un instante diminuto de las pantallas de sus móviles de miles de colores. Imperturbable, en fin, a los tiempos, la abuela, con sus siete hijos y sus quince nietos, con ese pequeño bisnieto que es tan reciente que ni chapurrear puede, la abuela será feliz. Porque ella es de otro tiempo y sabe lo difíciles que pueden parecer ahora las cosas.

Rafa del Río.