martes, 28 de junio de 2011

Ecografías y hacienda: ¡¡La gambita se mueve!!

Llevamos una semana la mar de rara pero eso sí, muy chula. 

Foto de gatitos, porque los gatitos siempre molan.

El domingo por la noche coincide, más o menos, con el relato de ayer (eh, gracias por las buenas críticas, y sí, Gadi, creo que mi cínico se confunde, más bien quería haber dicho que algunos no lo habían pillado, pero es que el muy es así de bastardo), y después de tanto calor el domingo por la noche, el lunes los muchachos de hacienda, por primera vez y sin que sirva de precedente, tenían buenas noticias para nosotros. 
Así que después de una declaración que pasará a los anales de la historia como la declaración de la renta más cojonuda del último cuarto de siglo, fuimos a elegir un aire acondicionado para el dormitorio, que la pobre Eva está pasándolas puñeteras por culpa del calor y, como no puede tomar nada para la cabeza, pues fastidiada se queda.
Un buen lunes, sin lugar a dudas, pero mejor martes, porque hoy... tadá tadá... hemos vuelto a ver a nuestro niño, a.k.a. la gambita, que estoy viendo que tendrá cuarenta años y seguirá siendo la gambita, jejejeje. Nos hemos levantado a las ocho para hacernos... uhm, quiero decir, para que Eva se haga los análisis, y hemos llegado a ginecología a eso de las nueve, hora a la que una muchacha simpaticota y afable nos ha mandado a hacer puñetas hasta las once, que es cuando llega el ginecólogo.
Así que ni cortos ni perezosos -ni tampoco drogados, ya puestos, que aquí hay nivel- hemos aprovechado para comprar los regalos de Silvia, que el viernes celebramos su cumple en su peazo chalé y vamos a liarla pero bien jejeje. Aprovechando esas dos horas hemos ido a por sus regalos a XXXXX y después de comprarle un XXXXX y un XXXXX, que por cierto, casi me muerde (salió volando y lo atrapé justo antes de que quemara con la cola las cortinas de la tienda de XXXXX pero lo dicho, intentó morderme el muy) fuimos a la tienda OIOIOIOIO a pillarle un UYIUYUYU que esperamos que le guste, claro, porque comprar regalos de cumpleaños para que no gusten es tener muy mala leche.

Aquí el XXXXXX tratando de arrancarme el brazo con uno de sus flagelos.
(Imagen pixelada para guardar el misterio del regalo)

Tras la compra de regalos la aventura en la tienda misteriosa, pillar un cartón de tabaco rubio largo (uno, que tiene algún defectillo o algún complejillo que compensar) y un zumito para la madre y la gambita, hemos al ginecólogo. 
Y bueno...
Sé que aquí entra más de un padre y muchas madres, pero tenéis que entender que uno es novato en estas lides y no está acostumbrado a según qué cosas, así que después de esperar media hora y de mosquearme con las típicas espabiladas que intentan colarse yendo de majas con la enfermera personal, la susodicha -que es una forma de decir "la enfermera" pero sin repetir la palabra "enfermera" porque acabo de decir "enfermera" en la frase anterior- sale y dice:
-¿Eva?
Así que yo me levanto muy ufano y entro todo digno en la consulta del doctor hasta que me doy cuenta de que el ginecólogo y la enfermera -es decir, la susodicha de la frase anterior- me están mirando con cara rara. Es entonces cuando me percato de que Eva, que está distraída bebiendo agua, no se ha enterado de que la han llamado y sigue a lo suyo en la sala de espera mirando por la ventana.
-Eu...
El médico carraspea y me entran ganas de decirle que Eva no ha podido venir pero que he venido yo en su lugar, que si me voy quitando la camiseta o algo, pero Eva, que ya se ha coscado del asunto, entra en la consulta no sin dedicarme antes un coscorrón telepático de advertencia, porque ya se imagina que voy a hacer alguna gracia. 
Cachis...
El ginecólogo, que es más majo que los actuales euros, nos invita a sentarnos y empieza en plan coloquial el clásico interrogatorio de costumbre: “qué tal todo”, “cómo lo llevas”, “hay alguna molestia”, “se está portando bien el calvo”, “se te hinchan mucho lo pies” y “dónde coño he guardado el FemibionTM”. Ahora comprendo que esta última iba para la enfermera, pero con la tensión del momento y sintiéndome un poco de lado yo le dije que en el cajón, a ver si colaba. Y por cierto que no, estaba en el armarito de las medicinas, obviamente.
El caso es que después del interrogatorio el doctor invita a Eva a pasar a la habitación de la camilla -este tío está que lo tira, no para de invitar, a ver si me lo encuentro en la feria...- y mientras Eva se prepara para la eco él se queda hablando conmigo para tranquilizarme, porque sí, a esas alturas estoy hecho un flan.
-Bueno... ¿y qué tal va todo?
-Bien.
-¿La estás tratando bien?
-Pues no, la estoy obligando a agacharse sin motivo varias veces al día y le suelto capones de vez en cuando porque soy un hijoputa. 
Vale, no, no le respondo eso, pero a veces me entran ganas, y es que esto de “estar embarazado” es un coñazo. A tu mujer le preguntan qué tal está, cómo duerme, si necesita algo... Y a ti lo más que te dicen es: "¿Pero estás tratándola bien?" con cara de “digas lo que digas, los dos sabemos que no”. Y joer, la pregunta jode bastante, especialmente cuando uno, que es orco de aspecto pero de natural sensible, se tira todo el día dando el cayo para que la mami no se me escojoncie en un mal movimiento. En fin... la vida es dura. Así que repitamos.
-¿La estás tratando bien?
-En eso estamos.
-Así me gusta.
Tócate los huevos... 
En ese momento sale la enfermera y nos... vale, si pongo otra vez que nos invita a pasar me vais a prender fuego en un molino, ¿verdad? De acuerdo, de acuerdo, hum... nos indica que ya podemos pasar. ¿Mejor así?
Aquí se me ocurren cien gracietas que decir acerca del gel ese que ponen en la barriguilla para hacer las ecos, pero como no soy yo quien lo sufre me las ahorro. Baste decir que entro en la habitacioncita en la que Eva me espera al lado de una máquina que parece sacada del Dr. Who -del bueno, del antiguo- tumbada en una camilla que a su vez parece sacada de Las Edades de Lulú, Último tango en París o cualquier peli para adultos -es decir, para chavales de trece años con sobredosis hormonal- actual, que yo hace ya como décadas que estoy fuera del mercado. Afortunadamente, los estribos en esta ocasión están de adornos y ella aún lleva los pantalones puestos, así que todo va bien. 
El doctor se sienta junto a ella, le coloca sobre la tripa un cacharrillo parecido a una Epileidy -ya sabemos quién era la chica en la pareja de Epi y Blás- y enciende el ecógrafo.
Y la liamos.
Eva está de 11 semanas, pero en la pantalla aparece el feto de un niño de lo menos ocho meses. A mí me da un chungo y me apoyo contra la pared porque me estoy mareando. Al final ha pasado lo que ya imaginaba: mi hijo es Damien.
El médico suelta una carcajada y se excusa.
-Uy, perdón. Esta es una foto del hijo de la pareja anterior.
-Que... divertido -digo hablando como el amigo de Malcolm, el de la silla de ruedas, y con el corazón a mil por hora. 
El señor ginecólogo me pone cara de "te la merecías, por listillo" y, ahora sí, encuadra a la criatura.
Y bueno...
Es la leche. 
La gambita tiene ya todas sus extremidades y ha perdido la colita, se nota el latido parpadeante de corazoncillo y, lo que es mejor, la muy cachonda no se está quieta ni pa qué: hace fuerza con la cabeza contra el útero materno, salta, gira, se revuelca... 
-Cómo se mueve, el puñetero -dice alguien. Tardo un rato en darme cuenta de que he sido yo, porque la voz me suena... diferente. Además, lo que yo quería decir era otra cosa.
-Es... mi hijo -y aunque no lo digo, lo pienso a voz en grito. 
Tras varios intentos de tomarle medidas, el ginecólogo resuella por lo bajini.
-Pues no, no se está quieto...
-Igual de tocahuevos que el padre- suspiro lleno de orgullo para mis adentros, porque estoy tan martavillado, tan impresionado, que soy incapaz de hablar.
Finalmente la gambita se da la vuelta y se queda allí, como Bart Simpson, de espaldas, casi espero que el médico diga algo del tipo "si no fuera tan pequeño juraría que nos está... dando el culo", pero en vez de eso dice:
-Ya te tengo...
Y todo parece estar bien.

Esta está siendo una semana la mar de rara, aunque muy chula. Hoy he visto a la gambita, he contemplado su corazón palpitar, la he visto moverse y retorcerse poniendo en jaque a un adulto -yupi! jajaja- y lo que es más importante: Hoy, ese amor que sentía por ella, ese amor tan inmenso que creía la semana pasada... Ese amor, hoy, se ha multiplicado por mil.


¡¡Un abrazo para todos!!



lunes, 27 de junio de 2011

Ese cínico interior...

Cuarenta grados a la sombra. 
La ventana del dormitorio es una boca abierta de par en par de la que sólo emana un cálido y fétido aliento, como de segunda mano; una boca abierta en una carcajada pedante y sin gracia que se ríe de las gotas de sudor que se deslizan hacia la sábana, ropa de un colchón que por acción del calor se convierte en la saliva de un monstruo que languidece de sopor.
Cierro el libro.
Las farolas de la calle se ríen al apagar yo la lámpara
El ventilador jadea en una esquina de la habitación esforzándose inútilmente por remover un aire tan caliente como la calefacción del infierno en medio de un zumbido que hace pensar que el tiempo ha parado, que el amanecer nunca vendrá, y tan sólo el canto de los grillos me asegura que el segundero, aunque lento y pegajoso, sigue corriendo...

–Obvio, ¿no?
Me siento en la cama sobresaltado porque, ahora sí, el tiempo se ha parado por completo. Mi yo cínico me observa burlón desde los pies de la cama. Lleva una camisa blanca y un pantalón corto de tela a juego con el mojito de su mano derecha. También lleva una sonrisa petulante, un moreno más profundo que el mío y no suda ni gota, el mamón, así que se le ve más guapo de lo que realmente soy.
Puff, resoplo.
Él enarca una ceja, sorprendido. Me levanto sin hacer ruido y salgo de la habitación abriendo la puerta con cuidado de que no entre el gato, más por costumbre que por necesidad, pues Chihiro está tumbada sobre su escalón preferido y el tiempo no corre en el mundo real cuando mi yo cínico me visita. Esquivo a un mosquito estático en pleno vuelo y cojo el tabaco y el mechero del cuarto de baño que suelo utilizar para afeitarme. No pierdo el tiempo y le doy una furiosa calada al cigarrillo recién encendido en cuanto salgo al jardín.
–Estás en gayumbos –me advierte mi crítico interior.
Me encojo de hombros. 
–Eres un gilipollas y un prepotente –le suelto a quemarropa y sin avisar.
Mi yo cínico da un paso atrás. Generalmente los insultos son cosa suya, pero el calor me pone de una mala leche tremenda.
–Vaya, estamos nerviosillos... 
Le señalo el vaso que lleva en la mano.
–¿Mojito? Los dos sabemos que ambos somos más de bourbon y de absenta.
El cínico parece acusar el golpe, pues titubea un poco.
–Es que...
–Es que te mola aparecer bebiendo mojito porque según el relato de ayer Dios bebe mojitos, no lo niegues –le salto a la yugular–. Muy freudiano todo...
Se termina la bebida de un trago y extiende las manos vacías ante sí.
–Eh, no escurras el bulto –se defiende–. Fuiste tú quien escribiste en primera persona haciéndose pasar por Dios.
Touché.
–Además –continúa–, al fin y al cabo nadie ha entendido una mierda del final del relato de la entrada anterior.
Doble touché.
–¿Qué querías escribir exactamente? –me pregunta.
Me encojo de hombros, más por la costumbre que por otra cosa. Las estrellas brillan que te cagas ahí arriba, así que mientras exhalo el humo me las quedo mirando como un atontado de ciudad –que al fin y al cabo es lo que soy–, que ya ha olvidado cómo son las estrellas.

 
–No lo sé –reconozco–. Supongo que precisamente quería expresar eso, que Dios nos hizo a su imagen y semejanza.
El cínico se descojona, el muy.
–¿Sabes que lo que escribiste entra de lleno en la blasfemia?
Me encojo de hombros otra vez sin dejar de mirar al cielo. ¿He dicho ya que las estrellas son acojonantes cuando no hay luz que tape su brillo?
–Es posible –reconozco–, pero no era esa mi intención.
–¿Y cual era?
Me lo tomo con filosofía. Entro en la cocina y me pongo un ron con hielo. Ya no queda whisky en casa. Jodida crisis. El cínico me espera sentado en el balancín cuando vuelvo a salir al jardín.
–¿Y bien? –me pregunta.
Me enciendo otro pitillo y, tras un trago largo del mismo ron que bebí cuando pensé que Chihiro había abandonado la casa, me doy cuenta de que casi parece que vaya a iniciar un ritual de santería. Me río.
–De acuerdo, de acuerdo –suspiro–. Supongo que, como Rodri, no entiendes la necesidad de Dios de conversar con las luces, ¿no?
El cínico hace un gesto indiferente con la cabeza, como si la verdad le importara poco menos que una mierda.
–Es posible –acede al final.
–Bueno... supongo que lo único que quería era demostrar esa faceta humana del Dios en el que creo –confieso–. Quiero decir... ¿Sabes en el señor de los anillos, cuando Frodo le ofrece el anillo a gandalf y el mago lo manda a hacer puñetas? Pues a veces pienso que Dios, mi Dios, es algo parecido. No se trata de reinar por la fuerza ni de demostrar su poder, sino de simplemente encaminar y hacer lo que por encima de todas las cosas es correcto.
–Pero la moral y la ética, lo correcto y lo incorrecto, son conceptos aprendidos. 
Le doy un trago al ron y asiento con la cabeza, sin embargo mi boca responde:
–No. Eso es lo que siempre se nos ha forzado a creer, pero los dos sabemos que no es así. Nadie en su sano juicio lo aceptaría, al menos nadie que haya dedicado un rato más largo que un pestañeo a pensar en el asunto.
El cínico se descojona.
–Decir eso y no decir nada es lo mismo. Así nadie te va a creer.
Me encojo de hombros, lo que ya viene siendo el gesto de la noche.
–Imagínate a un enano a medio metro del suelo... no espera, a setenta u ochenta centímetros del suelo.
Asiente con la cabeza.
–Hecho –acepta–. ¿Qué hace el enano exactamente?
Sonrío con maldad al responder.
–Soplarme los huevos.
–Eeeeh, relax –protesta mi crítico interior–. Ese tipo de frases son cosa mía.
En eso tiene razón. 
–De acuerdo, a ver cómo te lo explico... En el antiguo testamento Dios se tira todo el día dando la brasa a los judíos, puteándolos y mandando castigos sobre la tierra, ¿y de qué le vale eso?
–¿De nada?
–Gracias, quiero decir... exacto, de nada. Y algo parecido ocurre con la humanidad: nos hemos tirado milenios en guerra, pero a la hora de la verdad, cuanto más evolucionamos, más descubrimos que las guerras son inútiles. Y no, no me refiero a los gobiernos que deciden gastar el excedente de munición sobre otros países, sino a los ciudadano, a los seres de a pie, a nosotros. Ese era el punto que quería destacar en mi relato: el parecido entre el hombre y Dios, entre Creación y Creador.
El cínico piensa y asiente.
–Vale, pero eso es prepotente y blasfemo. 
Me encojo de hombros. 
–Yo prefiero pensar que es simple y llana publicidad.
–¿Publicidad de Dios?
–¿Por qué no?
Mi crítico parece darse por vencido y un vaso de bourbon aparece en su mano.
–De acuerdo, aceptamos enchufe como anguila eléctrica, pero hay algo que no entiendo.
–Dispara.
–¿Qué coño son esas luces y quién coño las ha creado?
La carcajada me asusta hasta a mí.
–Pensé que habíamos terminado ya con las dichosas preguntitas –me parafraseo a mí mismo, pero como veo que esta vez no va a colar tomo aire y añado–. Nosotros. Nosotros somos esas putas luces. ¿Lo pillas ya?
El cínico medita en lo que ello conlleva
–¿Y la invasión?
–Una metáfora, o si lo prefieres, una alegoría.
–¿Una alegoría de una sola frase?
–Una alegoría de cien años de tradición de cine y literatura.
 Ahora sí, se ríe.
–No sé si eres un genio o un capullo.
-Creo que más lo segundo que lo primero –confieso–, pero la culpa es del calor. 


Nos terminamos los vasos y el canto de los grillos me avisa de que el tiempo vuelve a correr. Dueño de nuevo de mi propia vida, decido que mañana, sí o sí, vamos a comprar un aire acondicionado de los baratos para el dormitorio.

Un abrazo a todos y feliz inicio de semana!

sábado, 25 de junio de 2011

Relato: Y aún así, seguimos siendo.



"El mar en calma refulge a la luz de la luna bajo nuestros pies como una balsa de agua parada en el tiempo, rota tan sólo por alguna ola diminuta en la distancia o el baile de un delfín que fácilmente podría ser un peligroso tiburón en la mente de un cineasta con exceso de manía persecutoria.
La luz frente a mí, oscila. Yo me limito a hablar.
–... Y aún así, seguimos siendo. Como meras formas de vida, como simples seres sensibles. Capaces de la más alta gesta y de la más terrible atrocidad, en cada uno solo de nosotros hay potencial para cambiar el mundo, para convertir el planeta en un lugar mejor o someterlo en la desgracia y el abandono. Somos héroes soñados y villanos imposibles, las dos cosas a un tiempo; no nos importa arrastrarnos por una simple migaja para luego alzarnos sobre las propias cenizas de nuestra pusilánime indignidad y renunciar con un gesto a riquezas y poder suficientes como para comprar un reino. Por amor matamos, y en nombre del amor morimos, pero a veces vendemos ese amor por una bolsa de sencillas monedas, lo maltratamos, lo exprimimos e incluso llegamos a aniquilarlo entre nuestras manos sangrientas de sed de venganza sin fin y, ya puestos, sin motivo demostrado.
<<Enfatizamos nuestro odio y nos regodeamos en nuestra rabia para luego, en tan sólo un instante, encontrar perdón en nuestros corazones para todo aquel que nos ofendió. Somos fuertes y pusilánimes a un tiempo,débiles y aguerridos, desleales y mentiroso, llenos de bondad y fieles hasta más allá de lo posible.
–Sois inconstantes.
–... Y aún así, seguimos siendo. Creadores de maravillas que se conservan hasta más allá de los siglos, destruimos nuestra propia obra regodeándonos como niños que echan agua a un hormiguero. Somos capaces de aferrarnos a la vida con uñas y dientes cuando todo está perdido, dando lo mejor de nosotros mismos cuando nos autoinflijimos la desgracia, para luego, en un segundo, dar un salto al vacío cansados de esa vida por la que hemos luchado tanto tiempo que ya hemos olvidado el porqué.
<<Vamos a la guerra, destruimos lo que más amamos, y luego dedicamos nuestro tiempo a reconstruir esos mismos barrios que vimos caer entre carcajadas impunes. Abrazamos al hermano que matamos y lloramos con las lágrimas de su familia, que es la nuestra. Nos sentimos ofendidos por las mismas palabras que, sin darnos cuenta, dedicamos contra nosotros. Y cuando más perdidos estamos, cuanto más nos engañamos por perder el camino, más nos encontramos a nosotros en el fondo de lo que realmente importa, que no es más que nada, y menos que nada, cero.
–No sabéis lo que buscáis.
–... Y aún así seguimos siendo. Disfrazamos a los animales en los cuentos, de personajes amados que buscan en su propia existencia cómo enseñarnos a sobrevivirnos a nosotros mismos; animales que luego tendemos en nuestra mesa y de los que alimentamos a ese mismo hijo cuyas paredes pintamos de cerditos con pantalones y conejos con sombrero de copa y reloj apresurado. Maltratamos y denigramos la creación que nos dio vida para luego rendir esa vida a la creación ocupándonos de cada uno de sus pormenores. Sufrimos enfermedades que nuestra propia maldad crea, curamos esas enfermedades con vacunas que regalamos a costa de sufrimiento y por las que luchamos hasta la muerte por preservar.
-Inútiles...
-... Y aún así, seguimos siendo. Nos enfrentamos a ese Dios en el que la razón nos impide creer para luego arrodillarnos ante su presencia, aunque quizá sea inventada. Negamos la vida futura mientras tratamos de ganar puntos para ella. Incapaces para la fe, creemos con todas nuestras fuerzas, rezamos a unos oídos que tememos que ni siquiera existen y contactamos con lo insondable. Somos seres materiales que no creen más que a sus propios sentidos, pero luego ocultamos la cabeza bajo las mantas cuando las sombras nos acercan a ese otro mundo de cuya existencia somos plenamente conscientes, aunque la luz del sol nos borre el recuerdo y, llevados de nuevo por esta razón incompetente, nuestra fe se vuelve duda, nuestra credulidad convencimiento, y nuestra espiritualidad se torna orgullosa y material pose que se desprende de todos esos sudores que en pleno día se trasfiguran en superstición marchita. Somos, a fin de cuentas, seres humanos.
–¿Y?
–No somos el tipo de enemigo que querrías tener en frente.
La luz se ríe.
–Sois inconstantes y mentirosos, incapaces y embusteros. Destruis vuestra propia especie sin temor alguno y acabáis con los recursos sin capacidad por ver el mañana.
–Cierto.
–Y aún así te atreves a amenazarnos. ¿Por qué deberíamos temeros?
Sonrío.
–Porque aún así, a pesar de todo, seguimos siendo.
La luz parece meditar mis palabras, finalmente parpadea, perdiendo intensidad en medio del océano sobre el que ambos conversamos. 
La miro con una ceja enarcada.
–¿Y bien?
La luz parece reticente a contestar, pero finalmente lo hace.
–Hemos detenido la invasión.
No puedo evitar una sonrisa victoriosa.
–¿Por qué?
Demasiado orgulloso. La luz desaparece y me deja a solas sobre ese mar en calma, sobre ese océano infinito en el que se encuentran todas las respuestas que necesito.


Sonrío. Me siento más joven y vivo de lo que me he sentido en mucho tiempo. Y sí, me refiero a MUCHO tiempo. Con un parpadeo vuelvo a casa, o a lo más cercano que tengo a una casa propiamente dicha. No pierdo tiempo en llamar a la puerta y me presento, sin más, en la sala de copas. Pedro me mira escandalizado y menea la cabeza, no sin cierta censura.
-Nunca entenderé porque no da más publicidad a estas cosas -me confiesa-. Si el mundo lo supiera, su fe... 
Hago un gesto con la mano, como quitándole la importancia.
–Bobadas, no valdría para nada
–¿Y eso?
Medito un rato y me encojo de hombros mientras mi amigo me tiende un mojito con doble hierbabuena y un poquito más de ron de lo aconsejado.
–¿Sabes? A veces creo que el problema fue crearos a mi imagen y semejanza, porque a veces no Me entiendo ni Yo mismo.
Pedro me mira con una ceja levantada desde detrás de la barra.
–Y a esos... a esas luces... ¿Quién los creó, Maestro?
No puedo evitar una sonrisa.
–¿Ya estamos otra vez? Coñe, Pedro, creí que habíamos terminado ya con las dichosas preguntitas...
Y como esa es una gran verdad, o mejor dicho, una Verdad en mayúsculas, decido perderme en el fondo de mi vaso de mojito mientras de lejos, como el rumor de las olas, escucho y disfruto de la belleza del concierto orquestado por los pensamientos que piensa la complejidad de seres de mi complejo universo".

Dedicado con mucho cariño a Rebeca.
Porque a veces hay mucho más de lo que puede verse a simple vista.

Un abrazo y buen sabadete a todos!!

miércoles, 22 de junio de 2011

Inicio de piscina y receta de licor de... sí, albaricoques. Lo habéis adivinado

Disculpe señora, esto... ¿Le importaría apartar la toalla? Sí, es que eso es mi pie. Oh, no se preocupe, afortunadamente me queda otro y estaba ya un poco estropeaillo, pero vamos... ¡¡Que hay como dos kilómetros de piscina vacía como para tener que sentarse encima de mi pie, coñio ya!!


Ayer inauguramos la temporada de piscina 2o11 ¡¡Yupi!! Empiezan las tardes aglomeradas tomando el sol cuan lagartijas en tus dos minúsculos metros de césped mientras a tu alrededor suceden un montón de cosas que, como te quitas las gafas para no parecer el típico satirón de la pisci, no ves. Baños fugaces en agua calentucha, duchas frías, sombras difusas en la miópica lontananza, tintos de verano a cuatro pavos la maceta (el mini, para los de interior) y mi favorito: horas de "disculpe, señor, está muy bien hacer largos olímpicos, pero es que esto es una piscina pública, y la gente viene a jugar y hacer el chorra, no a convertirse en David Meca, así que si le hemos jodido el largo, la piscina está llena de agua pero el ajo se lo compra usted".


Piscinas públicas... ¿Hay algo más hermoso en este mundo? Las chiquillas luciendo tipín y bikini estrafalario, los chavales marcando musculito broncíneo recién depilado, los tímidos que en vez de bañador llevan pantalón de chándal, la madre que abandona a sus hijos en la más pura tradición gasolinera-abuelo... Y eso por no hablar de los latinkings con el móvil con Don Omar a todo trapo, esos latinkings que cuando se meten en el agua se hunden hacia el fondo por culpa de los oros y las cadenas, algunos para salir a los minutos, semiahogados y sin bisutería al peso, otros para no salir jamás y convertirse en leyenda murmurada en las noches de agosto, fantasmas que vagan por los cementerios de símbolos de dolar con swaroskys de plástico y mapas de Jamaica tricolores que pueblan los fondos de las piscinas públicas de este país. 

Piscinas públicas... Sol en estado puro, cuarenta y cuatro grados a la sombra y, desperdigados por el césped y las pistas de ping-pong, los clásicos que siempre regresan: El señor con el periódico puesto del revés, las gafas de sol apuntando a un grupo de muchachitas y los sudores corriendo por la faz amoratada; la señora amante de la crema solar y las pamelas de paja, que no para de masajearse con la nivea hasta adquirir la misma viveza de rasgos que un actor de teatro noh o un mimo; los jugadores de cartas profesionales que amenizan la tarde al grito de "Revuti", "Uno" o "Hijoputa", olvidado el bañador en la mochila, sin saber que podrían hacer lo mismo en un parque sin pagar entrada; el grupito informático que no se quita la camiseta por miedo a quemarse y ser rechazados en su próxima campaña de rol por ir morenos, cuyos miembros observan a la gente y al sol maravillados, sin saber muy bien qué son pero disfrutando de su danza ritual... Y los chiringuiteros, amorrados a la barra de bar con la camisa de cuadros y las chapetas coloradas traicioneras y delatoras de los whiskys que bailan alegremente en sus barrigotas; las neveras familiares, auténticas estrellas de la fiesta, que vienen siempre acompañadas del papá, la mamá y los dos niños, simples complementos que la ayudan a moverse por el mundo: de la piscina al camping, del camping a la montaña, y de allí a la playa. Ay, si las neveras hablaran... 
Y mientras esperamos a que las neveras hablen vigilamos nuestras cosas, porque ya hay un grupito de niños con las manos largas mirándolas desde los árboles. En breve saldrá el vigilante a echarlos a la calle, un año más, porque eso es más fácil que arreglar el boquete de la valla, ¿qué no? Mientras, los socorristas, esos monigotes de rojo atados a unos pitos supinos y todopoderosos, silbatos fálicos que sustituyen las carencias de sus sopladores, se dedican a hacer cumplir la ley, una ley que han inventado sobre la marcha y que nadie, ni siquiera sus amigos, terminan por cumplir. ¿Y a quién le importa? Ellos están aquí por los bikinis.


Ayer comenzó nuestro temporada piscinera con una buena dosis de cloro, otra mejor de sol y mucha de cachondeo. 
Hoy tengo agujetas en el cuello. Puta manía de nadar como un delfín o, en su defecto, como una sirenita de H2O.
Dentro de dos semanas volvemos a Cádiz: agua fría, olas enormes, mucho cachondeo y, lo que es mejor, socorristas sin silbato que pasan las tardes leyendo el Marca.
Aish...


Receta: 
Hoy...
Licor de albaricoques.


Resulta que el árbol sigue dando albaricoques como si la planta fuera la Pajín y, sus frutos, leyes absurdas. Y como ya hemos regalado mermelada y fruta a todos los vecinos (majos que son los de al lado, que nos han invitado a su piscina cuando queramos... pero majos, MAJOS) Aún nos sobraban varios kilos y lo que queda en el árbol, así que, ni cortos ni Osos Pérez, nos hemos liado a hacer licor. Antes de pasaros la receta, aviso: 
Conseguir alcohol natural no es fácil. Conversación tipo:


-Buenas tarde, ¿tiene alcohol natural de 96º?
-Es posible...
Me saca una botella de 150 ml. Cara de póker.
-Ya... sí... uhm... verá. Es que necesito 5 litros.
-Ah.... (hacía tiempo que no veía a nadie tanto tiempo con la boca abierta)
-Para hacer licor de albaricoque.
-Al...ba....ri... ¿Eso es legal?
Buena pregunta.
-Digo yo que sí, ¿no? No voy a montar un alambique ni nada de eso.
-Claro, pues no sé... (coge disimuladamente el teléfono)
-Bueno, nada, no se preocupe, nos vamos.
-No, espere, espere...
En el teléfono: "cero noventa y uno, digame?"


Así que después de tres farmacias y un distribuidor de productos químicos, hemos conseguido el alcohol, pero lo dicho, buscaros alguien de confianza porque la peña lo flipa. Y mucho. Y dicho esto, al lío:


Ingredientes (de uno en uno, aunque yo lo he multiplicado por cinco):
-1,5 Kilos de albaricoques.
-700 gramos de azúcar.
-1 litro de alcohol natural de 96º apto para consumo. Cuidao con esto que los hay que no son aptos y podéis liarla... mejor especificad que es para convertiros en los próximos AlCapones del barrio (o los próximos Fat Tony) Siempre podéis decir que vais a llenar Springfield de alcohol.
-1 Rama de canela
-1 ramillete de menta.

EL PUÑETERO BLOGGER NO ME DEJA SUBIR LAS IMÁGENES.
EN CUANTO PUEDA EDITO.

Preparación:
-Limpiamos los albaricoques y reservamos los huesos. Importante: Lo normal es que, llegados a este punto, los albaricoques deshuesados abulten más que los huesos. Si es al revés es que os habéis equivocado con algo.
-Una vez limpios y con piel, los echamos en un frasco grande.
-Cascamos los huesos y sacamos las almendras de dentro. Es tedioso y un coñazo, pero las almendras huelen de lujo, como a Amaretto o a señora de sesenta años con empacho de bizcocho de kiwi.
-Una vez tengamos las almendras, las echamos en el frasco.
-Añadimos la canela y el azúcar y, si queremos darle un toque diferente, tres o cuatro hojas de menta.
-Finalmente echamos el alcohol y lo removemos un poco. 


DEJAMOS MACERAR 31 DÍAS REMOVIENDO DE VEZ EN CUANDO


Una vez pasados los treinta días, lo filtramos con un embudo y un filtro de papel y almacenamos en una botella con cierre hermético durante 10 meses protegido de la luz del sol.


Y esto es todo. Todavía voy por la etapa de la maceración, pero ya os iré diciendo cómo va la cosa. No sé... pero algo me dice que va a ser como esa bebida de los libros de Pratchett: el esfumino de Lancre que destila Tatta Og, que está hecho de manzanas... bueno, sobre todo de manzanas.
Y si consigo ajenjo, la próxima receta de destilería ilegal será de absenta, jojojojo


Abrazos tochos!!

lunes, 20 de junio de 2011

Operación bikini, método Dukan y demás tontás del verano.

Hola!
Ah, no espera, que esto es en plan serio. Uhm...
Hola (mejor así).
Me llamo Rafa.
Tengo 33 años (¡Mira, capicua! grita alguien al fondo)
Y he estado gordo, pero GORDO de narices.
No os quepa duda.


El caso es que llevo varias semanas leyendo cosas sobre dietas, operaciones bikinis, granolas de special K y, por supuesto, por supuestísimo, sobre el método Dukan (que sí, que se escribe Dukan, por su... ejem, "inventor", Pierre Dukan. Y no Duncan, como Duncan McCloud, último inmortal sobre la tierra y experimentado espadachín, que siempre fue más de "sólo puede quedar uno" que de "no te comas el bocadillo y coge lechuga, coñio ya!"). Y como no hay nada más bello que compartir, yo os cuento mi experiencia y cada uno que piense lo que quiera.


Tara taraaaaa.


Realidades vergonzosas de un blogger.

Hoy...

Dietas y depresión, la vida misma.


Como os decía, tengo 33 años ("¡Eso ya lo has dicho, pesao!" grita alguien al fondo) y a lo largo de esta década y media -y cuarto y mitá- he pasado por todos los estadíos físicos por los que uno puede pasar en su vida, quitando lo de estar embarazado, normá. De pequeñito siempre fui un chaval bastante deportista, y claro, al cumplir los trece años me había convertido en un tío grande. No soportaba el fútbol, porque mi padre se había cuidado de saturarme para que terminara odiándolo, así que las horas que otros chavales gastan corriendo detrás de un balón yo las utilizaba en jugar al matar, al coger (uhm... traducción simultanea para los amigos de latinoamérica: al pillar), jugar al elástico (sep, ya empezaban mis inclinaciones de chica bloguera), montar en el skate, hacer surf en la playita (las mejores olas las de septiembre, yum yum esas mareas de Santiago...), pegarme con los compis en el gimnasio (a.k.a. full contact) e ir corriendo a todos lados como si fuéramos vikinguillos desarrapaos.

Aquí uno con dieciocho añitos, que esta feo que yo lo diga, 
pero era un yogurín. El pibón rubio es Eva, of course.

¿El resultado? Pues el obvio: con trece años ya no tenía ningún problema a la hora de entrar en garitos para peña de dieciocho. Y entonces me dio por meterme a hacer pesas... Y la cosa empeoró. Con dieciocho ya tenía el contorno de una excavadora pequeña. Con 22, el de un autobús del incerso, y con 23...
Bueno, con 23 la cosa se fue a la mierda: Eva empezó a estudiar las oposiciones y nos pasábamos el día en casa, con lo que todas las olas, las pesas, el full contact (bueno, a esa edad ya había empezado con el aikido), el monopatín, la bici... cedieron su lugar a los bocatas de queso, las tartas de chocolate, los pasteles de crema y las montañas de jamón serrano.
Resulta que al hacer ejercicio liberas endorfinas, una sustancia que hace que te sientas feliz como una perdiz y contento como... uhm... ¿un cubo de cemento? Al dejar de hacer ejercicio te dan bajones, y el cuerpo busca alternativas: azúcar, queso, chocolate... son alimentos que también liberan endorfina y que, los muy puñeteros, te hacen sentir harto feliz y satisfecho... aunque te estén convirtiendo en un tonelete.
El caso es que yo, que había estado bien, relativamente, que había estado megacachas un par de años antes y que era un primor verme, terminé cogiendo diez kilo el primer mes... y el segundo... y el tercero... Y cuando quise darme cuenta pesaba 159 kilos, me había descuidado total y absolutamente y la familia y klos amigos ya no sabían dónde mirar para disimular, puesto que yo tenía la fea costumbre por aquel entonces de ocupar todo el campo de visión.
 Rafa viste disfraz mangui de orco Shrekoso y traje de grasa de 135 kilos 
(todavía me faltaba pillar 24 kilos más, así que imaginaros...)
 
   Va sin coña... me dejé barba apestosa, dejé de pelarme, de comprar ropa chula (bueno, tampoco había muchas opciones) dejé de preocuparme por mi higiene y, lo que es impensable en mí, por mi pelo (que sí, entonces tenía), con lo que iba por la calle que parecía Hagrid, el gigante de Harry Potter o, en su defecto, un sin techo con mucho pan con manteca: Los chavales de Cádiz, que tienen guasa los cabrones, solían correr delante de mí gritando "¡No me comas!", mis padres intentaban sutilmente convencerme de que adelgazara y la peña se cachondeaba de mí en bajito, pensando que no podía escucharlos. La verdad es que no me afectaba demasiado, o quizá debería decir que por aquel entonces yo pensaba que no me afectaba. Para ser feliz me bastaba con alquilar un buen videojuego y una buena cena: mi medio kilo de jamón, una baguette larga, con sus dos tabletas de chocolate con relleno de naranja, sus trescientas pesetas de chuches y su cuarto de kilo de queso curado... Y sí, no os vacilo, eso era tan sólo la cena. Aunque la verdad es que no solía comer mucho para almorzar, las cosas como son.
El caso es que pasé de 85 kilos a 159, y francamente, tíos... no mola una mierda. Ahora recuerdo esos días y me pongo bastante triste: Yo, que había sido un maldito chulillo voluntarioso y peleón, yo, que había basado mi vida, supuestamente, en la fuera de voluntad, yo, que había sido para algunas la última Coca Cola del desierto... me había convertido en Gradsilla, el monstruo comeniños, en el bibliotecario de Blade, en Jabba el Hut de Star Wars... Y mi vida se limitaba a los videojuegos, las pelis, los buenos libros de aventuras y cualquier cosa que me ayudara a olvidar la mísera existencia de aquellos días, porque la pobre Eva seguía con las oposiciones, la pobre.
Pero no me malinterpretéis: no se trataba de una cuestión estética, ni de salud, ni de aceptación social. No. Es cierto que estaba hecho polvo, que jadeaba al dormir y que la peña me miraba raro, pero lo que me dolía, lo que me jodía de verdad, era mi debilidad de carácter de esa época. La imposibilidad de tomar las riendas de mi vida y hacerme con las riendas de mi destino. La cobardía de no ser capaz de pasar una sola tarde sin tener como mínimo un kilo de comida de reserva en mi habitación "por si me entraba hambre" (absurdo, podría haberme alimentado de mí mismo durante un par de años).
Y entonces decidí que había llegado el momento de hacer algo: Probé la dieta de la alcachofa y la de la sopa de cebolla, la de la verdura y la fruta, la del 50% y la del vasito...
Y no me valieron de una mierda.
Fui al endocrino, a la clínica de adelgazamiento y al gimnasio, donde me hicieron la dieta de los batidos y la hiperporteínica (lo que ahora se llama Dukan)...
Y tampoco me valieron de una mierda.
Porque, en el fondo, lo que me hacía comer, la debilidad que se había apoderado de mi fuerza de voluntad era mi vida, mi propia vida, con la que no estaba satisfecho y necesitaba cambiar. 
Hasta que un día mi madre me habló de la cirugía estética.
Supongo que este es el momento en el que más de uno de vosotros dirá "Ah, pillín, te estrujaste la barriga ¿eh?"
Pues no.
Lo que pasó es que, al decirme mi madre lo de la cirugía me dí cuenta de que las cosas se habían salido totalmente de madre. No es que me hubiera pasado dos pueblos, no, es que ya hacía dos continentes y un par de sistemas solares que me había pasado esos dos pueblos. Sabía que había llegado el momento de cambiar...
Pero no lo hice.
Unos meses después Eva aprobó las oposiciones y se fue a Ciudad Real, a donde yo me fui con ella. Allí empezó el cambio y, muy poquito a poquito, sin ningún esfuerzo, empezamos a adelgazar... hasta que, por motivos que no vienen al caso, me pillé una depresión. No voy a enrollarme con esto: baste decir que ciertos motivos me hicieron perder el norte y un buen día me miré al espejo y vi que no me gustaba yo, ni mucho menos en lo que me había convertido. 
Guardo recuerdos raros y escasos de esa época. Sé que dejé de comer -pocos amigos de entonces recordarán haberme visto llevarme a la boca algo que no fuera un café, una copa de coñac o un cigarrillo-, y llegué a hacer auténticas burradas del tipo estar cinco días sin comer ni dormir -simplemente no podía-, a golpe de carajillo y zumo de frutas, quedarme vagando sin rumbo por las calles en Madrid después de cubrir un evento para prensa o incluso colarme en la embajada americana a dormir debajo de la bandera. Anécdotas que ahora me resultan divertidas y simpáticas, aunque en aquel entonces maldita la gracia que me hacían a mí o, peor aún, a la pobre Eva. 
Por culpa de toda esta mierde llegué a recuperar los 80 kilos, pero yo ya no era un chaval, y era muy poco peso para mi constitución. Pero volví a ser la última cocacola para algunas, y la gente me trataba diferente, y todo ese rollo me gustaba, aunque por dentro, sin darme cuenta, me estuviese convirtiendo poco a poco en un chacal sin corazón... 

Aquí aún estaba en los 95 y bajando, pero os hacéis una idea...
No os perdáis el vaso de coñac en la mano, todo un clásico de esa época.
Entonces un día me miré al espejo y vi que tampoco me gustaba esa persona que veía, ni mucho menos en lo que me había convertido. La única adicta a la coca cola que me importaba lo estaba pasando mal, y ahora sí, había llegado el momento de volver a la realidad.
Y así, con la ayuda de Eva, Shei, Patri, Dany y Silvia, salí de esa mierda de tunel y volví a ser... bueno, diría normal, pero me conocéis demasiado bien como para poder engañaros. Dejémoslo en feliz, más que una perdiz.
Un año después le pedí matrimonio a Eva, y ahora, otro dos años después, estamos tan felices esperando a la gambita.

 Y este soy yo ahora, bueno, más o menos. 
Si lo comparáis con la primera foto da penita, snif snif, pero...
¿qué se le va a hacer?

Eva, por el contrario, ha mejorado con el tiempo, la puñetera... 
Bueno, suerte que tengo, jajaja

No os voy a engañar: Ahora llevo una vida normal. Oscilo entre los 95 y los 103 kilos de peso, nada mal para un tío con el contorno de pecho de un tren Alvia con destino Madrid-Puerta de Atocha. Tengo lorcilla, por supuesto, y no se me marcan las abdominales, pero tampoco estoy mal: todavía alguna chica me sonríe por la calle, y la que importa me sigue besando al salir de la ducha, así que pienso que a pesar de estar viejo, no he perdido del todo el toque. ¿El truco para no engordar de nuevo? Comida sana, aprender a cocinar verduras, comprar fruta fresca de temporada, un saco de boxeo (no tanto para hacer ejercicio como para gastar esa adrenalina que diariamente acumulas y que se puede convertir en frustración), unas escaleras que me he acostumbrado a subir cada vez que quiero ir al baño y, por supuesto, no privarte. Un capricho de vez en cuando es el secreto del éxito.

En cuanto a los métodos de adelgazamiento... pues vosotros mismo. Que sepáis que el Dukan da problemas renales a largo plazo, que la dieta de los batidos va por el mismo camino a no ser que se complemente con fruta fresca y verdura, que la sopa de cebolla consigue que le termines cogiendo asco a la verdura, y que la de la chirimoya... ais, es que es tan divertida esa palabra...
Podéis reduciros el estómago, meteros dentro un balón Nike o ceñirlo con el anillo único de Sauron. Podéis chuparos la grasa con un aspirador Black&decker y estiraros la piel e incluso poneros tetas.
Pero mientras no solucionéis eso que os hace comer, eso que hace que no alcancéis la felicidad, eso que hace que no os guste la persona que os mira desde el otro lado del espejo... mientras no lo solucionéis, no estaréis más que maltratando vuestro cuerpo y tirando el dinero.
Para nada.
Eliminad esas partes de vuestra vida o comportamiento que no os ayudan a sentiros plenos, gastad vuestro tiempo con las personas que realmente lo merecen y, cuando seáis felices, veréis lo sencillo que resulta alcanzar ese cuerpo soñado comiendo sano y con un poco de ejercicio.
Aunque claro, sólo es un consejo.

¡Un abrazo y pasad una noche estupenda!


sábado, 18 de junio de 2011

En busca del nombre perdido, la última cruzada strikes back 33 1/3, la venganza.

Perdonad el título largo, pero es que no estoy para pensarlas mucho: como todos ya sabéis, y si no tranquis, os lo recuerdo yo que para eso estoy (para eso y para sujetar la pata coja de la silla), en enero, si Dios quiere, tendremos a una pequeña gambita llorona y achuchable correteando por los pasillos de la casa y haciéndonos ser conscientes de la cantidad de peligros que se esconden en una vivienda normal. No digo que seré padre en enero porque, según mis creencias, desde el momento de la concepción ya somos padres, pero como esto no va de debates ni de fotos de linces u otros bichos en vías de extinción, os cuento la base de mi problema:
Estamos buscando un nombre para la gambita.
"Menuda chorratontolinada", pensaréis algunos. "Pues razón no os fata", os contesto yo, pero aún así, y sabiendo que la cosa no da pa tanto... Sigue siendo toda una historia. Especialmente si tenemos en cuenta que, si es gambito, el tema está resuelto porque se llamará como el padre, es decir, como yo (o eso espero). Mi viejo se llama Rafael, mi tioabuelo se llamaba Rafael, su padre se llamaba Rafael, y el padre de su padre, y su bisabuelo... Vamos, ya os hacéis a la idea: En la línea ascendente directa de mi familia paterna, cuando hay que elegir nombre de hijo varón, la cosa es tan complicada como dibujar un cuadrado con plantilla.
Pero claro, ¿y si es gambita? ¿Y si aceptamos chirri en vez de colita? ¿Y si...? Vale, vale, ya lo habéis pillado. Pues en ese caso, amigos míos... Estamos jodidos. Porque sí, hasta hace poco el nombre estaba elegido: Silvia. Bonito, sonoro, agradable y poético, amén de tener mucho arraigo en la familia de Eva. ¿El problema? Que ya nos lo ha quitado una prima, y claro, no es cuestión de que todas las primas segundas se llamen igual, o nos acusaran de estar montando un ejército de Silvias para vaya usted a saber qué fin, aunque fijo que termina en algo del estilo de "conquistar el mundo y estar en casa para la hora de la cena". Se haga lo que se haga, lo importante es estar siempre en casa a la hora de la cena. Alguien tendría que investigar el porqué.

 Lo que sí es que José Luis no lo vamos a llamar... 
Podría salir algo como esto...

Sea como sea, es curioso todo esto del tema de los nombres y de la significación (semántica?) que cada uno le da a cada nombre de forma personal y, afortunadamente, intransferible. En primer lugar están los malos recuerdos, las cosas del tipo de "Fulanita no, porque tú estuviste liado con una Fulanita dos meses antes de que empezáramos a salir",  "¿Zutanita? ¿¡Zutanita!? ¿Te refieres a Zutanita como la Zutanita que me quitó el trabajo en la imprenta?" o mi favorita, y esta es mía: "Menganita ni de coña, porque todas las Menganitas que he conocido, pero todas, ¿eh? son unas guarras de cuidado".
Así que, una vez eliminados de la lista de nombres todos aquellos que coinciden con ex, antiguos rollos, posibles mitos sexuales, enemigas, rivales del trabajo, familiares ya pillados, camareras antipáticas (o demasiado simpáticas), amigos cercanos, pesadillas ocasionales y alguna otra que ahora mismo, meramente, no recuerdo; llega el momento del segundo proceso de eliminación: el futurismo o acción premonitoria. En este estadío los padres nos convertimos en una mezcla de la Bruja Lola y Rappel (lo de tirarse con una cuerda por una montaña no, sino el "mago" ese gordo de gafas absurdas, túnicas cantosas y pelo de muñeca nancy), y eliminamos nombres echando un vistazo directo al futuro de nuestra gambita. Por ejemplo:
"Virginia no, que los niños de clase lo van a ver como un reto y van a querer des... uh... quitarle el nombre antes de tiempo" "Ágata mola, podríamos llamarla Gata, y es un nombre elegante... pero sería una solterona con sesenta años. No, mejor no" "Carolina tampoco, que la van a llamar Carolina Papelina Carapepina" "Elisa mola, pero la van a fusilar llamándola Lisa, y como salga pechugona, peor" "Nombres de flores no, que luego se cachondean de ella diciéndole que se vaya al campo" "Carmen me gusta, pero podrían llamarla Mamen y hacerle la gracia de ¿todos a la vez?" Y así hasta el infinito, porque sí, amigos míos, no sólo vemos el futuro, sino que sabemos a la perfección lo que va a suceder, cómo la van a llamar, e incluso ver su carita llorando en el recreo, sola por culpa de nuestra falta de tino a la hora de elegirle un nombre.
Pero esto no es lo peor, no... Y es que, después de convertirnos en futurólogos y adivinos, y machacados todos los nombres que pueden dar problemas por su significado o pronunciación, pasamos a la tercera fase de eliminación: la eliminación empática o extrasensorial, que también recibe el nombre de fase de eliminación "porque me da a mí que". Por ejemplo: 
"María me gusta, pero sólo si sale morena. Si sale rubia como tú mejor que no, porque me da a mí que..." "Cristina siempre me ha gustado como nombre, pero es que en este barrio... no sé... Me da a mí que..." "No, si Gloria me parece precioso. Peeero me da a mí que..."
¿Que qué es lo que me da? Pues siendo sinceros, no tengo ni puta idea, pero el caso es que sí que me da, aunque ni aunque me torturaran podría decir el qué. Así que se eliminan y punto, y tan contentos que nos quedamos.

Y claro, con tanta historia y tanta coña, así estamos, que llevamos tres semanas y no hay forma de que nos pongamos de acuerdo. Así que si queréis echar el cable dando opciones de nombres femeninos, sois bienvenidos. 
Y ya para terminar, os dejo con la estrofa que un padre orgulloso cantaba esta mañana a su hijo en un jardín de esos con cacharritos que suele haber en los parques:
"¿Quién vive en la piña debajo del río? Po-co-yóo!"
Y mientras cantaba, el tío ahí, sonriendo al tendido y super orgulloso, como si fuera el jodido padre del año y estuviera a la última de los gustos de su hijo. Me pareció que había tanto por corregir que no supe por dónde empezar y nos largamos de allí sin hacer ruido. Aunque claro, ahora que lo pienso, a lo mejor se trataba de Chimo Bayo y estaba componiendo su nuevo megamix de verano, en cuyo caso, retiro las críticas. O mejor aún, las múltiplico por dos.
 
Lo dicho: Buen finde!!

viernes, 17 de junio de 2011

Al fín, en primicia: La maldición de lacasadePaco y repremio

 Chihiro, que hace mucho que no sale.

Antes que nada... ¡¡tengo un premio por duplicado!! resulta que Goblin me otorgó el premio a la vez que Sonia. ¿a que mola? Pues sí, soy doblemente rosa y doblemente completo, Jojojo.


Hace muchos, muchos años... bueno, en verdad hace exactamente uno y medio, pero es que eso no es forma de empezar una historia: "Pues mira, justamente el año pasado por estas fechas, no unos meses antes..." No, es que pierde toda la gracia así... pero en fin, habrá que ajustarse a la realidad:

Os meto canción porque el texto es largo, así os entretenéis mientras ^__^


Hace muchos, muchos -ejem- días, una pareja de novios gaditana reafincada en Ciudad real por designios del destino -y, ya que estamos sinceros, del ministerio de Sanidad y Consumo-, decidió casarse tras catorce años de noviazgo y siete de convivencia en pecado. "¡¡Qué locura!!", pensaréis, "¡¡Si casi no se conocían tras tan poquito tiempo!!" Sí, bueno, ja ja, pero coñas aparte, a finales de 2oo9, Eva y yo contraíamos matrimonio en Cádiz antes los ojos atónitos de los familiares y amigos, que todavía no entienden cómo convencí a Eva para que dijera que sí, y ante los ojos amables de Dios, que en el fondo es un cachondo y tuvo a bien echarme el cablazo de mi vida. 
La boda fue un puntazo, el viaje de novios la auténtica repolla (tengo que contaros algún día lo del fin de año en la calle en pleno Manhattan... mu gordo) y la vuelta... muy bonita, sí, aunque un poco triste porque volvíamos al hogar en el que vivíamos entonces, un bonito piso de ochenta metros (más que de sobra) que, lamentablemente, estaba justo encima de la zona de botellón.
Jo-Jo-Jo.
La cosa es que al principio lo llevábamos bien, ya sabéis: Son sólo niños... Total, los viernes y los sábados no volvemos hasta las siete o así... Los domingos estamos tan cansados que ni nos enteramos... 
Y entonces alguien inventó los miércoles de ingeniería y los martes de enfermería... o al revés. 
El día en que me sorprendí a mí mismo a las cuatro de la mañana asomado al balcón en gayumbos y recitando a voz en grito poemas de amor a las fiesteras (ya sabéis, ese tan bonito de Gustavo Adolfo Bécquer, el de "Me cago en vuestros padres, diminutas hijas de puta"), amén de escupitarrajeando arbitrariamente hacia la calle con toda la rabia del que lleva intentando dormir desde las once... Ese días, os digo, Eva y yo decidimos que teníamos que mudarnos y, ya de paso, comprar piso aprovechando que la cosa había bajado un poco.

Buscando kely: la hipoteca y las inmobiliarias.
Lo primero que nos llamó la atención de toda esta mierda fueron los bancos y las inmobiliarias.
En el caso de las inmobiliarias, pronto descubrimos que las mismas ofertas que veíamos por internet a x, tenían el sospechoso precio de x+35.000€ en las inmobiliarias. Acojonante! El caso más bestia que vivimos fue uno en el que, después de hablar con la dueña y decirnos que ella lo tenía en 250.ooo pero nos lo dejaba en 220.000, fuimos a una inmobiliaria en cuyo catálogo tenía en mismo dúplex... ¡¡A 360.000€!! ¡Tócate los huevos, da vueltas sobre ti mismo y canta el Macarena! Me quedé tan flipaísmo que ni siquiera le dije nada al tío: nos limitamos a salir de allí con una sonrisa, un hasta luego y una absoluta pérdida de fe en la naturaleza humana. 
En el caso de los bancos fue mejor todavía. No voy a usar nombres reales porque me parece feo, así que voy a inventarme unos nombres imposibles de descifrar. La primera caja a la que fuimos fue... uhm... digamos que... VVBA (ingenioso, ¿eh?). Estos, directamente, sin preguntar datos ni nada, nos dijeron que no, lo cual es bonito e incluso agradable. Luego fuimos a... La Cainxina, donde teníamos todos los ahorros y toda la pasta de la boda. Le pregunté al director, un señor elegante, educado y con don de gentes, qué opciones de hipoteca nos ofrecían, y éste, con sonrisa amable, me soltó un "bueno, amiguito, primero habrá que ver si te la concedemos o no" que todavía me duele en el pecho cuando respiro. En mi defensa diré que la cara que puso cuando sacamos toda la pasta para llevarla a otra entidad fue recompensa más que suficiente. Todo el aplomo, toda su prepotencia y esa sonrisita de autosuficiencia borrada de un plumazo. Ah... 
Luego probamos en la cuenta uhm... anaranjada, unos ladrones; en los planes aplazados (aplazados por los cojones, dos años sin pagar, sí, pero generando intereses como un maldito) por internet... y al final terminamos aparcando en... uhm... Pandaja, donde se portaron bastante bien y, por ahora, no tenemos queja. Pero me estoy adelantando, porque hubieron de pasar más de nueve meses (toma parto bancario) para llegar a este punto. Mientras, nuestra única obsesión, era la búsqueda de la casa.


Buscando una madriguera digna... más o menos.
Empezamos a comprar periódicos de cambalache, mirar páginas de inmobiliarias, páginas libres de ventas de inmuebles y periódicos locales. Fotocasa, pisolibre, el mercadillo... eran como un segundo lenguaje materno para nosotros. Las primeras semanas soñaba que veía casas y que encontraba justo los que buscaba al precio que quería. 
Jaaajaja
Como si fuera tan fácil...
La primera etapa duró cinco meses. En esa etapa destacaron dos cosas. La primera, que pasamos de mirar pisos de una habitación (nuestro amor es suficiente, no necesitamos gran cosa) a Dúplex. ¿Y eso por qué? Porque, curiosamente, la mayoría de los pisos de una y dos habitaciones que se vendían eran de parejas cuyo amor era suficiente y no necesitaban gran cosa... hasta que llegó el divorcio y querían vender el piso. Brrrrr Toco madera. “Además, bien mirado, ya que nos metemos en una compra... ¿qué más da? Total, nos hipotecamos a cuarenta años y que sea lo que Dios quiera” (argumentos desesperados a la hora de comprar casa).
La segunda cosa que destacó fue... eldúplexdeSebastián. Una vivienda bonita en dos plantas, con una terraza de 20 m2, cocina amueblada y equipada, parabólica, piscina comunitaria, zonas verdes, en bonita zona a tomar por culo de la civilización...  Y unas esquinas rarísimas en salón y cocina que hacían pensar que el arquitecto, si bien podía ser bueno, había diseñado la casa en un día de borrachera, con la luz apagada y las manos atadas por debajo de los tobillos. No obstante, como el sitio nos gustaba, nos metimos en negociaciones y, tras bajarle siete millones al precio (sep, no estuvo nada mal), llegamos a un acuerdo.
O eso creíamos nosotros.
A dos semanas de la firma, con la nota simple en casa (hipoteca pequeña), la tasación pendiente y todo preparado, quedamos para tomar café en eldúplexdesebastián, y el Sebas, con toda la pachorra del mundo nos suelta que, como le hacen tarifa plana de mudanza, se lleva la cocina (muebles y equipamiento), los baños (completos), la parabólica y, tócate los huevos, los armarios empotrados, que la madera "le viene muy bien al albañil para hacerme unas estanterías".  
Eva y yo nos quedamos tan flipados que asentimos con la cabeza, nos terminamos el café y volvimos al piso. Hicimos la comida (Eva con una carita, la pobre...) y a mitad del gazpacho, uno, que es lento de reacciones, dio un golpe en la mesa al grito de "y un carajo". Eva se quedó un poco flipada, porque desde que me partí el nudillo pegándole a una pared allá por el pleistoceno nunca he sido de pegarle a las cosas, pero pasado el susto me dio un beso y dijo "No, ¿verdad?"
Y efectivamente, fue que no. Llamamos a la tasadora para parar el proceso, al banco para lo mismo y a Sebastián para decirle que o dejaba los muebles y los baños, o rompíamos el trato. Él se dio el gustazo de decir que "se sentía estafado" y que éramos "unos sinvergüenzas", y yo me di el placer de soltarle que podía coger el dúplex, poner un piso al ladito del otro, de canto y metérselo directamente... bueno, la idea principal era un poco imposible, pero iba a convertir todo ese rollo del sentarse en un asunto peliagudo.


Vuelta a la casilla de salida. 
Después de semejante tortazo volvimos a empezar de cero. Ya nos habíamos encaprichado de la zona, y es que "a tomar por culo de la civilización" es muy bonito, así que después de mucho buscar dimos con la siguiente opción: lacasadelcaos. Una casa de tres plantas un poco vieja y a reformar pero muy chula y con mucho espacio para trabajar. El vendedor, José Luis, era y es un tipo bastante majo, muy rollito chanquete, lobo de mar que ha conocido mejores años, pero eso sí: A pesar de ser tan majo tenía más peligro que meterse en los gayumbos una serpiente coral cabreada. En la nota simple, en la que supuestamente tenía “una hipotequilla, creo” figuraban cuatro embargos preventivos, uno provisional y cinco juicios pendientes sobre la casa, amén de ser propietario José Luis de tan sólo un quinto de la misma. "Pero eso da igual" dijo el muy cachondo. 
Hay gente pa tó.
Al final tuvimos que olvidarnos de el negocio, porque al banco casi le da un ataque cuando vio la nota simple, pero sigo pensando que José Luis era un tío majo, aunque ahora lo más seguro es que esté en Herrera de la mancha o en Alahurín de la Torre. 
El problema es que con esto nos picó el gusanito de las casas, y empezamos a buscar una unifamiliar pareada bonita en la que criar a las ya no tan futuras gambitas.


En este punto pasa una cosa supercachonda con las casas: El precio que pone en los anuncios es meramente orientativo. Para que os hagáis una idea, os expongo una conversación tipo de una mantenida durante la visita a una casa con el propietario:
Yo: -La casa es bonita... ¿cómo se quedaría? -refieriéndome a los muebles.
ÉL: -Pedimos 300.000 euros.
-Ya, pero... -el presupuesto se me dispara, pero intento explicarle que me refería a los muebles- Yo quiero decir...
-Bueno, tiene humedades y hay que darle una manita, podemos dejarla en 275.000
-Pero...
-Bueno, vale, 250.000, pero es que con 50.000 no veas si tienes para arreglos.
-Sí, ya, pero yo quería saber...
-No, es que de 250.000 no podemos abajar. Bueno, tendría que hablar con mi hermana, pero.. vale, 230.000 y es vuestra.
Verídico! Trece millones en cinco minutos, toma ya! La peña está tan obsesionada con pedir más que te hacen unos bajones acojonantes. Fue en uno de estos bajones que conocimos lacasadePaco: 3 plantas con cocina campera en el sótano y buhardilla, bien distribuida, jardín pequeñito, aire acondicionado central... Muy bonita y cuidada con la cocina nueva en silextone. Y a un precio inmejorable:  La caña.
Era Junio, y le hicimos la oferta por la casa. De hecho, hartos de marear la perdiz aceptamos el precio base, que no estaba nada mal. He dicho ya que estábamos en junio, ¿verdad? Paco aceptó la oferta con una condición: él necesitaba que le aceptaran la compra de otra casa que tenía en mente para poder vendernos la suya, por lo que me pedía el dinero por adelantado (ja ja ja) o bien un compromiso por escrito, que también le pedía al otro vendedor... Un lío de cojones, vaya.
El caso es que el tipo me caía bien, y como Eva y yo habíamos dado nuestra palabra y para nosotros esas mierdas son importantes, le seguimos el rollo esperando a que se solucionara lo de la casa que el quería comprar.
Ja.
El mes de junio pasó en un pulso de "dame dinero" "no" "Es que el otro me pide una señal" "me la sopla".
El mes de julio pasó en tres cuartos de los mismo.
Llegó el mes de agosto y, hasta la misma rebolilla del árbol de navidad, llamé al que le vendía a Paco y quedamos para formalizar la venta a tres lados: él le vendía a Paco, Paco le compraba a él y me vendía a mí, y yo le compraba a Paco. En mi cabeza ya empezaba a imaginarme el día de la firma en notaría: “Los Hermanos Marx firman la Hipoteca” Y ese Groucho con lo de “la parte contratante de la primera parte...” El caso es que dejamos un poco al margen a Paco, que es majete, sí, pero no es la estrella que más brilla del firmamento, ni siquiera en una ciudad chiquita, y acordamos los tres un día de septiembre para formalizarlo todo. Llegó septiembre y, después de tener todo preparado y, lo que aún me duele, teniendo la tasación lista, el banco de Paco, el... ejem... VVBA, empieza a retrasar la operación, con lo que mi banco, eu... Pandaja, se coge un cabreo de no te menees. 
El uno de octubre, cansado y harto de toda esta mierda, me planto en las oficinas de VVBA a hablar con el director, y cuál es mi sorpresa cuando el maldito gañán pervertido acechador de gacelas en celo con lazos de celofán me suelta que no le van a dar la hipoteca a Paco, pero que eso no significa que yo no pueda comprar la casa.
-¿Y de qué coño le vale a Paco tener el dinero de su casa, en la que tiene una hipoteca cuyo importe os quedáis vosotros, si no le vais a conceder otra hipoteca para otra casa?
-Ese no es tu problema, ¿no?
Queridos amigos, más que amigos, hermanos; hay pocos placeres en esta vida, y os lo digo en serio, mayores que decirle al director de la sucursal de un banco como el... ejem, ejem, VVBA que se vaya a tomar porlojete, en voz alta y tranquila, para que se entere toda la clientela, y luego salir tranquilamente llevándote el boli (sí, sí, el atado) que hay en la línea de cajas.


Lo bonito de esta historia es que, afortunadamente, Paco se enteró de la jugarreta y cambió de banco, el que le vendía encontró otro comprador y Eva y yo, olvidándonos de la casa de Paco,  terminamos consiguiendo otra aún mejor a un precio muy parecido y, lo que es mejor, un mes después. Y el director de la sucursal... Pues por ahí seguirá, pero ya se las llevará todas en la frente, ya...
Y hasta aquí la historia, que se me ha ido un poco de las manos. Buen fin de semana y gracias por llegar hasta aquí.
Anna, es un placer saber que sigues por aquí. 
Y Carlo... la culpa es vuestra por preguntar, jajajaja

Un abrazo!!