martes, 23 de abril de 2013

Relato: Estirpe de dragón, la auténtica historia de San Jorge.


Hacía frío. 
Qué demonios, en la Capadocia siempre hacía frío. Especialmente en ese rincón perdido, Satán se llevara su nombre. La luz mortecina del alba, luz que no iba a aumentar mucho a lo largo del día, iluminaba a duras penas un pequeño descampado en el risco, apenas una terraza conquistada por las brumas y la nieve.

Turce terminó de liarse el cigarrillo y volvió a enfundar sus manos en los toscos guantes, apenas dos remiendos de retales sin forma. 
-Así que un dragón, ¿eh? -gruñó con una voz que era como un martillazo en los oídos. 
La bestia resolló, sin quitarle el ojo de encima al hombre. Una fina llamarada de color azul surgió de sus fauces. Turce aprovechó para encender la punta del cigarrillo y aspirar una densa bocanada de apestoso humo. 
-Menuda putada... -murmuró entre dientes.
La muchacha yacía desmayada bajo un matorral especialmente resistente. No se podía negar que había elegido un buen sitio, a salvo del viento helado. Bien protegida por la espesa capa blanca y la gruesa capucha, sus cabellos rubios apenas dejaba entrever sus mejillas sonrosadas como melocotones en verano. 
Si es que alguna vez era verano en ese maldito lugar.
-Lo que no acabo de entender -confesó Turce arrebujándose aún más en su capa, un retal mal cortado de basta arpillera- es que el rey haya permitido que se ofrezca a su hija como sacrificio.
El dragón se encogió de hombros en un movimiento tan ominoso como la separación de los continentes.
"Era un sorteo", dijo mentalmente la bestia.
Turce, gran conocedor de la especie humana, sonrió.
-Ya.
El humo azulado ascendió lentamente en el frío amanecer.
"Antes me traían corderos", informó el dragón. "Se repetían menos, la verdad, y no lloraban tanto".
-¿Antes? -quiso saber Turce.
El dragón suspiró mentalmente, lo que debe ser un poco complicado.
"Antes", repitió. "Pero los animales empezaron a escasear y el pueblo decidió enviar a personas".
Turce volvió a dar una profunda calada al cigarrillo, pensativo. 
-Venga ya. Una oveja puede aparearse desde el primer año de vida y da a luz hasta a tres criaturas al año. En algunos casos más... -recitó, como si acabara de leerlo en algún sitio muy, muy lejano-. El ciclo humano es bastante más lento.
El dragón pareció meditar en las palabras del hombre.
"¿Supongo que no querían perder su leche?"
Turce, que había estado en el pueblo y había visto los rebaños de cabras y vacas pastando junto a las ovejas, no dijo nada. 
El dragón se vio obligado a rellenar el silencio: 
"De todas formas tengo entendido que le dan riquezas y tierras a los que pierden a un familiar por... el sorteo", dijo, un poco avergonzado.
El hombre sonrió de lado.
-Colman de riquezas a los que pierden una hija por... el sorteo. ¿No sería más lógico usar esas riquezas para comprar más corderos? No sé mucho de finanzas, pero me parece mucho más barato. Y menos jodido.
La bestia enarcó una ceja y miró al hombrecillo que fumaba tranquilamente delante de sus fauces. 
"¿Qué insinúas?".
Turce se encogió de hombros.
-Insinúo que nos la han jugado, amigo. Hay algo aquí que no me cuadra.
El sol ascendió sobre el risco, visible a duras penas a través de las espesas brumas. 
"Sea como sea, sabes cómo acabará esto". El dragón no parecía especialmente ufano. "Tenemos que luchar a la luz del sol que convertirá las nieves en fuegos fatuos, resollantes, con el sudor convertido en niebla rodeando nuestros cuerpos en el fragor de la batalla y todo eso".
Turce enarcó una ceja y no dijo nada. 
"No quiero asustarte, pero espero por tu bien que lleves una espada mágica o algo, porque soy bastante duro de pelar. Y lo digo sin ánimo de alardear".
El cigarrillo se apagó en los labios del hombre, que lo dejó caer al suelo y lo pisó con sus botas remendadas.
-No vamos a luchar -dijo.
El dragón lo miró a los ojos y esbozó una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes afilados y enormes como la reja de un castillo.
"Entonces será rápido".
Turce hizo un gesto vago con la mano. 
-No vamos a luchar -repitió-, porque no quiero matarte. Hay una bestia malvada y cabrona en estas tierras, pero no eres tú.
"Me como a la gente".
El hombre se encogió de hombros.
-Te comes lo que te ponen en el plato -corrigió-. Cualquier madre te diría que eso no es ser malo, es tener buena educación. 
El dragón pareció meditar las palabras del hombre. 
"¿Qué propones entonces?"
Turce se quitó los guantes y empezó a liarse un nuevo cigarrillo. 
-Vete. Márchate bien lejos. Para empezar no sé ni por qué estás aquí. Debe haber como un millón de sitios mejores que éste en el planeta. Yo diré que he acabado contigo. Perduraremos en la memoria y, lo más importante, seguirás vivo. 
El dragón volvió a encender el cigarrillo de Turce casi sin darse cuenta.
"Eres listo, hombrecillo, pero yo no soy tan tonto".
Una densa bocanada de humo enmarcó la siniestra sonrisa de Turce mientras miraba al dragón a los ojos.
-Tal y como yo lo veo, tenemos dos opciones: la primera, haces lo que te digo, te marchas, y vives lo suficiente como para convertirte en leyenda y disfrutarlo.
La bestia sonrió. 
"¿Y la segunda?"
 Turce extrajo algo de su raída capa.
-Antes me preguntaste si tenía una espada mágica -gruñó-. Lo que tengo es esto.
El dragón no pudo evitar mirar con temor la pequeña hoja que el hombre sostenía en las manos. La daga, de aspecto maligno, estaba oxidada y surcada de ángulos y curvas que la convertían en algo más parecido a lo que podrías encontrar sobre la mesa cubierta de manchas rojizas de una mazmorra junto a un tipo con  capucha negra que en el arsenal de un caballero. 
-Y créeme, yo no voy a ser rápido.
Algo en la mirada de Turce, una ira salvaje y mantenida a ralla por una voluntad de hierro, hizo que el dragón meditara cuidadosamente sus siguientes palabras.
"¿Y a dónde iré?", preguntó, al fin, dándose por vencido.
Turce sonrió. 
-Eso es cosa tuya -contestó-. Tengo entendido que hay un maravilloso lago en las Highlands lleno de peces y rodeado de brumas y verdes pastos. Podrías echarle un vistazo.
"Escocia, ¿eh? Es una opción", aceptó el dragón, a regañadientes. "Y tú, ¿qué harás?".
Turce miró a la princesa y sonrió de lado.
-Iré a hablar con el rey.

Grande fue el jolgorio que rodeó el regreso del caballero Turce a la aldea, y grandes la pompa y el boato con el que fue recibido en la corte quien había rescatado de las fauces de la bestia a la mismísima hija del rey. Riquezas y tierras fueron ofrecidas, pero el noble caballero rechazó todas ellas en favor del pueblo, pidiendo eso sí, el honor de un encuentro en privado con su majestad, el padre de la princesa. 
Cuando el caballero Turce, mucho antes de ser rebautizado, antes de que su nombre traspasar las fronteras y antes de ser santificado, salió de los aposentos privados de su majestad el rey, portaba una rosa, roja como la sangre, en sus manos. Ofreció la flor a la bella princesa, y, con un casto beso en la mejilla, se despidió con las siguientes palabras:
-Ahora sí estáis a salvo.

Mientras, muy lejos de allí, los parroquianos de un viejo pub de las Highlands no dejaban pasar una noche sin hablar, con una pinta de buena stout en sus manos, de la extraña criatura que decían haber visto en el lago Ness... 

  



lunes, 15 de abril de 2013

Nuevo relato en Paraiso 4

El equipo de Paraiso 4 me ha dado un voto de confianza y me han publicado un relato que, sinceramente, espero que os guste. 
¿No conocéis la página? ¡¡Pues ya estáis tardando!!
Y bueno... es feo de pedir, pero más feo es Rajoy: Os agradecería que compartierais y comentarais en la página, que esto es tema de trabajo. 
¡Que se vea que no se han equivocado al confiar en mí! 
Podéis leerlo en:
http://www.paraiso4.com/index.php?option=com_content&view=article&id=439%3Afirma-invitada-rafa-del-rio&catid=20%3Anuestros-relatos&Itemid=73

martes, 9 de abril de 2013

El tipo del espejo.



El tipo del espejo es más alto que yo. Más guapo, más fuerte, más listo... Y sonríe más a menudo que yo.
El tipo del espejo escribe lo que quiere, cuando lo desea y tal y como lo imagina. Siempre consigue esa frase que a mí se me escapa entre los dedos al soñarla.
El tipo del espejo es un triunfador, nunca duda. Vive sin prejuicios ni temores, sin remordimientos, sin ética, sin conciencia ni alma. Ajeno al devenir del tiempo. Superior, preciso, petulante...
El tipo del espejo siempre encuentra lo que busca, siempre logra lo que ansía. Voraz, destructivo, vacío...
Le odio.
Y ahora el tipo del espejo sangra. Su sangre es más roja, más oscura, más espesa que la mía. Exhala su último aliento con una sonrisa triunfal.
Yo me limito a esbozar una mueca mientras mi visión se nubla.

jueves, 4 de abril de 2013

¿Por qué?


¿Por qué?, me preguntan tus ojos, abiertos de par en par. ¿Por qué? quiere saber tu expresión congelada.
Esas manos tan inquietas, ese pecho que no alienta, esos dedos que aún tiemblan... Quieren saber el por qué.
¿Por qué?
Porque nunca pude soportar la idea de verte con otro. Porque sólo imaginarte en su lecho me llevaba a la locura. Porque ni en mis pesadillas más duras pude soñarte en labios que no fueran estos, los que mis besos anhelan.
¿Por qué?
Porque siempre te sentí mía, porque eres la sangre que mi corazón late, y porque te amo.
Tan solo por eso: Te amo.
Por ello volvería a hacerlo. Aunque sigas sin entender el por qué, volveré a preguntártelo:
¿Quieres casarte conmigo?

lunes, 1 de abril de 2013

Yo no soy así.

Yo no soy así.




Antonio no era así. Nunca lo había sido. O al menos eso habría jurado su querida y religiosa familia. Sin embargo no podía negarlo, no a sí mismo. Al fin y al cabo estaba ahí, ¿o no?: Desnudo, de rodillas, sudoroso y a punto de meterse en la boca... "eso".
Qué ridículo, ni siquiera ahora era capaz de nombrarlo, estaba demasiado avergonzado para ello.
Él, que siempre había sido el más machote, el más conservador de su grupo... Rendido al fin a su naturaleza, haciendo aquello que se había prometido que jamás haría.
Pero de perdidos al río: Abrió la boca y tomó aire profundamente, como resignándose.
Al principio le sorprendió el tacto, duro y cálido. "De modo que es así como sabe". Se descubrió a sí mismo, atolondrado, azotando la punta con la lengua, llevado, tal vez, por los nervios de esta nueva situación.
De esta primera vez.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Decidido al fin, dejó de lamer la punta del cañón y apretó el gatillo.