Ná.
Voy a volver.
Ana ya empieza a estar mayor y... qué narices, el gusanito me lo pide (no, no os hagáis imágenes raras, que ya os veo venir).
Y para inaugurar el regreso... ¿Qué mejor que un relato como este?
Espero que os guste, va dedicado a A.m.Caliani que hoy, casi sin querer, me ha devuelto las ganas por escribir algo como esto.
Espero que os guste y perdón por la desaparición... Los niños. Ya se sabe ;)
La abuela.
Sus manos acarician el pan con el toque amable de los viejos
conocidos. Sin violencia, casi con mimo, las manos se mueven con
firmeza sobre la masa en la justa elegancia de los que a punto
estuvieron de crecer juntos. La levadura va despertando al calor
amoroso de esos dedos que son para ella un hogar, y mientras las
elásticas fibras trazan dibujos intrincados en las grietas de una
piel ya ajada hace mucho, los pensamientos vuelan hilvanados en una
nube, tal vez un enjambre, de memorias que lejos están de pensar
siquiera en desaparecer.
Fue...
Sonríe pícara.
Ella fue...
Una estrella,
la primera, en el anochecer de otras ansias. Nunca faltó atento
público a su blanca pantorrilla, desvergonzada pieza de porcelana
nívea, mujer espléndida, coqueta... Faro de la noche a medias
mostrado al alzarse, apenas un pulgar, el telón de unas faldas
tupidas durante el baile sin fin de aquellas fiestas de mayo. Tampoco
faltaron poetas que cantaran su sonrisa, aunque fueran de vocal
analfabeta, más duchos con la azada que con la palabra, y fue
vestida su mirada y su hermosura por trajes escritos a pulso o
cantados de iletrada memoria en rimas que lo que perdían de
enrevesado lo ganaban en sincera y honesta admiración.
Fue...
Una alegría que se pierde en añoranzas, da un toque de luz a su
mirada.
Ella fue...
La luna,
la belleza inalcanzable de ese brillo de plata en una noche de
verano, el camino argento que riela hasta el infinito del mar
prometiendo tesoros imposibles en un guiño otrora seductor que se
convierte en cómplice con el tiempo. Y con el tiempo besó la
tierra, y el imposible perdió su fuerza en los brazos de ese soñador
enamorado que ahora la mira impaciente, tierno galán y caradura
postrado, desde la foto enmarcada en caoba y termitas. Modelo vestido
de boda que la insta con su sonrisa no caduca, imperturbable, a
reencontrarse de nuevo allá donde quiera que el maldito fuera cuando
abandonó, por causas de fuerza mayor, no sólo el hospital sino
también la familia, el mundo, y todo lo que en ellos, alguna vez,
hubo a bien el habitar.
Fue...
El suspiro se hace más leve, más ligero. Alegre.
Ella fue...
Un mundo,
un mundo entero, y como la gran Gea de los haedos, a la que ella
apenas conoce más que de oídas de una mitología que se pierde en
la memoria, dio ella a luz a sus hijos de la mano de un tiempo que,
en este mito, no amenazaba con comerlos, a no ser que fuera a besos y
desde el más profundo de los amores.
La vista se nubla en una torcida sonrisa de cinismo.
No todos salieron adelante, eran otros tiempos y casi, casi, otro
espacio: Unos nacieron muertos, otros cayeron al frente, con una cruz
o un libro rojo, eso ya no más no importa, aunque siga doliendo en
las entrañas. Pero algunos perduraron, y los que valieron araron los
campos en más de un sólo sentido y viajaron, derrotando las
fronteras -que entonces parecían de piedra-, de un pueblo que ya por
entonces amenazaba con quedar vacío.
Fue...
Vuelve a reír, poderosa.
Ella fue...
Un pueblo,
una fuente de cultura que, aunque con el dedo y de corrido apenas
leer pudiera, se convirtió en ama y sirviente de su propia casa,
partera y doctora en las aflicciones de los suyos, y estratega,
militar doméstica, botánica y juez mediadora, amante de ese que aún
espera y dolorosa enterradora de féretros, unos ligeros al peso,
otros cargados de piedras. Nunca faltó saber en sus acciones,
inteligente como sólo la necesidad enseña. Convertida en leona,
aunque maldita fuera si imaginar pudiera una, se enfrentó a la vida,
a la tierra, al hombre y a sus propios sueños para albergar a los
suyos y darles, aunque fuera, una oportunidad de entender todo
aquello que ella, en su ignorancia, no fue capaz siquiera de alcanzar
siquiera con las puntas de los dedos.
Fue...
Menea la cabeza, cansada.
Ella fue...
Pero ya no hay tiempo,
la masa reposada ha aumentado su tamaño, desprendiendo ese olor
húmedo y casero a lluvia sobre la tierra, a hierba recién cortada,
a familia reunida y dolor del alma. El horno de leña espera, ya
ardoroso, expectante, para envolver en su calor al pan. Un calor
mayor, quizá, pero menos amoroso que el de las manos de la anciana.
Pronto el aroma a pan recién hecho, a corteza crujiente y miga
esponjosa envolverá la vieja cocina de piedra, y entonces vendrán
los hijos, y los nietos, que la mirarán como a un extraño porque la
abuela esta chocha, porque la abuela no rige, porque la abuela, con
las cicatrices de la guerra en las espaldas y la marca de sus hijos
en las entrañas, ya no entiende: es de otro tiempo y no sabe lo
difíciles que son ahora las cosas.
Y ella reirá, y será feliz de verlos. Aunque cada vez sean menos,
aunque cada vez tarden más en venir, la abuela sonreirá
imperturbable a las peleas entre hermanos, a las miradas aburridas
que le dirigen sus nietos con esos ojos separados por apenas un
instante diminuto de las pantallas de sus móviles de miles de
colores. Imperturbable, en fin, a los tiempos, la abuela, con sus
siete hijos y sus quince nietos, con ese pequeño bisnieto que es tan
reciente que ni chapurrear puede, la abuela será feliz. Porque ella
es de otro tiempo y sabe lo difíciles que pueden parecer ahora las
cosas.
Rafa del Río.
Cuanto tiempo! besos
ResponderEliminarHace tiempo que dejé que se me apilaran los libros junto a la mesita de noche y parece que hace ya un siglo que perdí la costumbre de leer como lo hacía antes.
ResponderEliminarCon joyitas así da gusto rebozarse en las palabras otra vez ^_^
(He estado a punto de escribirte con la cuenta de dadillos, ando espesa, muy espesa).
ResponderEliminarMe ha encantado, aunque a veces ese término suena muy utilizado así que voy a utilizar otro que no uso tanto: me ha emocionado ¿por qué? Digamos que tengo un cariño especial a los abuelos y a las abuelas, quizá porque ya no tengo a ninguno de ellos conmigo, quizá porque sólo conocí a mi abuela materna, pero tuve la grandísima suerte de conocer a mi bisabuela paterna, que durante sus 101 años, vio vivir y morir a cuatro generaciones por debajo de ella. Me ha gustado, espero que sigas así de animado porque realmente escribes muy bien. Muchos muchos besos y más abrazos aún
Cierto, Aydita, aunque esta vez espero venir más a menudo. Lo prometo.
ResponderEliminarDualtank, muchísimas gracias por tus palabras, no podría imaginar un reinicio más prometedor que uno que tenga comentarios como el tuyo.
Y bueno, Shei. ¿Qué puedo decirte? Que es un placer volver a escribir, y más cuando se hace para lectoras como tú. Un millón de abrazos y más besos aún ^_^
Cuando estas en la posición de tus familiares (eres padre, tío, abuelo) coges perspectiva de muchas cosas... Me ha encantado, sobre todo lo de la risa poderosa. Besotes
ResponderEliminarGracias, Hellen, no podría estar más de acuerdo contigo y en cómo cambia tu escritura según vas pasando etapas. Eso sí, la risa poderosa la ha convertido por unos instantes en nanny Ogg, ¿qué no? jajajaja. Un beso tocho!!
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