domingo, 24 de abril de 2011

Un domingo muy especial. Simba, o Kimba, y el círculo de la vida.

Hoy es un domingo especial. No, no voy a hablaros de la Resurrección del hijo de Dios, ni de la peli de Mel Gibson, tampoco voy a hablaros del mosqueo de Hollywood con el amigo Mel por “recordar odios del pasado” (ya sabéis, los musulmanes, los alemanes, los rusos, los europeos del este, los turcos, los kazajistanos, los coreanos, los chinos, los viet-cong, los españoles, los italianos y los autríacos pueden ser malos en el cine, pero si se te ocurre hacer una peli en la que los malos son los que parten la pana actualmente en Israel, estás “removiendo odios del pasado”. Como diría Mafalda, la pucha). Pero ná, lo dicho, no voy a hablar de eso. Tampoco voy a hablar de los cruel que puede llegar a ser la humanidad, ni de la cantidad de errrores que ésta ha llegado a cometer.
No.
Voy a hablar de resurrección, así, en general, no de la de Goku ni la de Shiryu, si no la de la naturaleza; lo que el amigo Mufasa denominaba El círculo de la Vida.


Mira, Simba: Desde aquí se ve el Ikea”.

Resulta que hace unos meses, en octubre de 2o1o, después de llevar un año pateando la ciudad en busca de una casa en condiciones, ni demasiado grande ni demasiado chica, ni demasiado cutre ni, Dios mediante, demasiado cara; terminamos encontrando una casa lo suficientemente potable como para ser llamada hogar.
La casa estaba –está– de puta madre, pero dejando la arquitectura a un lado, tenía tres cosas que nos volvieron locos: Un árbol de albaricoques (albaricoquero?) dos ciruelos y, la leche, un granado enano. Los tratamos con cariño, con amor y con abono, pero todo fue en vano: en Diciembre el granado se rindió y, pese a todos los intentos, acabó muriendo entre mis brazos (dramatización) ¡¡Noooooooou!! (el acento americano siempre lo hace como más chungo, ¿verdad?)
Pensamos muchas veces en enterrarlo, reconvertirlo en mantillo, usarlo como leña o, simplemente, tirarlo a la basura. Pero por aquellas cosas que pasan a veces (y que esta vez no, no tenían nada que ver con mi entrega a la causa de la ley del mínimo esfuerzo) lo trasplantamos y cruzamos los dedos.
Llegó Diciembre, y el resto de árboles perdieron las hojas. Podamos los rosales y esperamos.
Irrumpió Enero y las hiedras perdieron algunas de sus hojas, sembrando el suelo de marrón y oro. Barrimos el suelo y esperamos.
Llegó Febrero con sus aguas de lavanda. El jardín volvió a la vida, poco a poco, riéndose de ese pobre árbol moribundo, apenas un espantapájaros de diseño surrealista. Florecieron los tulipanes y los pensamientos, los narcisos y las aster de china. Los ciruelos se cubrieron de flores blancas y de rosa se vistió el albaricoque, contrastando con la hiedra amarillenta. Casi perdimos la esperanza.
Vino Marzo, el de los vientos de piscis. El Señor Tortuga salió de su letargo y en los árboles, las frutas, poco a poco comenzaron a asomar. Tímidas al principio, envalentonadas al fin. El granado seguía muerto, un tributo a la tristeza en el jardín. Llegó el momento de tirarlo, y aún así, mis manos se resistieron
Y así entramos, ya por terminar, en Abril. Aguas mil y sayo por montera. Las semillas plantadas antaño comenzaron por fin a brotar, fuertes y valiosas en sus primeros días. Calabazas –enanas–, pimientos, margaritas y vinagretas. Popurrí, sugar corn y azaleas. Petunias y alguna cuyo nombre, de tanto plantar, he olvidado. Todas alrededor de ese árbol muerto que precisamente, hoy de entre todos los días, ha decidido, al fin, renacer.

Ahí'stá el tío.

Soy cristiano, lo reconozco. Cristiano raro, eso sí, de los del pez, el alfa y el omega antes que los de la cruz, de los que estrechan las manos sin preocuparse de raza, color, credo u opción sexual; de los que creen que todas las religiones son, a fin de cuentas, la misma; de los que creen en el zen, en el respeto absoluto a todas las especies, en pensar una norma antes de confiar mi fe en ella y de los que saben, como que hay Dios, que la religión, a fin de cuentas, no es más que un invento del hombre. Porque al fin y al cabo la religión no tiene nada que ver en esto. No hace falta creer en Dios para poder ver sus milagros, los haya hecho Él o una forma de energía, la nada, el cero absoluto o ponga usted aquí su creencia favorita.
Veo milagros cuando alzo la mirada al cielo y las nubes me regalan una puesta de sol; veo milagros cuando la luna marea las mareas (valga la redundancia) y nos trae las mareas de Santiago al pico y la playita, delicia para los surferos, pesadilla de la Teo, cuando el instinto de mi gata la lleva a buscar un gato, cuando las tímidas hojas de una planta atraviesan el suelo, cuando una madre embarazada sonríe en el autobús, cuando las estrellas, ahora que no hay farolas reflectantes que le roben la magia al cielo, me guiñan desde lo más alto de la noche.
Veo milagros, a fin de cuentas, cuando un árbol, por muy enano que sea, un amasijo de palos que parecían muertos, revive; y por supuesto veo un milagro cuando creo escuchar, desde un lugar muy lejano, por allá arriba, la voz de alguien, quizá mis abuelos, que me dicen “buen trabajo”.
Así que sí, creed en lo que queráis: en Dios o en el Diablo, en la energía, la luz, el karma el nirvana, la madre que les parió o la pura, la bendita casualidad. Pero eso sí, no dejéis, si queréis ser felices, de maravillaros por estos pequeños y gloriosos milagros.

Un abrazo y Feliz pascua de Resurrección.

3 comentarios:

  1. Ay, niño! Si es que, si no nos maravillásemos ante eso que es la vida (la re-vida, la releches al fin y al cabo) estaríamos zombies! (muertos en vida...por cierto, ¿cuándo reponen The Walking Dead? cachienlamar). Pues eso, cuando uno pone tanto mimo en algo vivo, y tira pa'lante, es pa echar dos lagrimones y lo que haga falta. Ni te cuento si algún día tenéis un rafelito o una evita cuando lo veáis cantar tonterías en las funciones del colegio...que yo siempre he odiado los villancicos y con la mía lloré más que la madre de la Pantoja, fíjate...y no es orgullo maternal, no, es eso que dices: vida. Tiempo, trabajo, esfuerzo...y un rayito de sol que te enseña un resultado, chiquitito, pero tuyo y de la naturaleza, por supuesto.
    Cambiando de tercio, no veas el disgustazo que tenemos porque hemos plantado en el instituto albaricoques también (entre otros) y le ha entrado una enfermedad llamada "lepra del albaricoquero" (or something so) y no veas...la buscamos en interné y el único remedio es la prevención, ya ves que gracia. Seguiremos intentándolo, de todas formas. Por si la resurreción hace de las suyas ;)
    BESOS!

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  2. Me alegro mucho por el arbolito y me ha encantado esta entrada :)

    Por cierto: Prunus armeniaca, albaricoquero, damasco o chabacano...como gustéis :P

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  3. Yo creo en la resurreción porque creo en los finales felices. Me cago en la leche, todos merecemos uno!!!

    El punto americano dramatico me ha llegado a la patata! Besazos!

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