martes, 29 de marzo de 2011

Relato Noir: Amargura

Un relatito noir para abrir boca a la espera de los resultados del 1º concurso de la gangsterera.
Acepto críticas hirientes y bocados en la nuez, al fin y al cabo no acaba de convencerme, me parece un poco... infantil.


Amargura.



––Y ahora, ¿qué?
Me lo preguntó en serio, como si de verdad creyera que estuviera en mi mano dar una respuesta a su estúpida pregunta. Entrecerré los ojos y le lancé una mirada cargada de rabia. Él se limitó a sonreír, o al menos lo intentó. Ahí tirado, con los dientes astillados y la boca manchada de sangre, me hizo pensar en la imagen de un piano después de pasar por las manos de Salvador Dalí y Pablo Picaso. No pude evitar una sonrisa histérica que él malentendió, seguramente a propósito.
––Te quiero.
Lo dijo en un tono de voz infantil, como si no fuera capaz de enfrentarse a la verdad sin esconderse detrás de un disfraz confeccionado de algodón de azúcar, una imagen que sabía, o creía saber, que me enternecería. No podía estar más equivocado. Nunca había sido la estrella que más brillaba del firmamento pero lo de aquél día... Lo de aquél día había sido demasiado.
Sentí que la bilis me subía por la garganta y un nuevo acceso de rabia pugnaba por apoderarse de mí. Traté de serenarme y miré al Hudson, sobre la tapia de la azotea.
Un portaaviones había atracado en el West Side y grupos de familias lo acosaban como un reguero de hormigas alrededor de un saltamontes moribundo. A la luz del radiante sol del mediodía los turistas pululaban bajo gorras de béisbol de los Yankees y los Mets, vestidos con sus camisetas de chillones colores y armados sus brazos regordetes con cámaras fotográficas, bolsas de recuerdos de Phantom of Broadway y coronas de gomaespuma de la estatua de la libertad. Visto desde lo alto del edificio de la estrella, parecía que alguien hubiera derramado un puñado de M&Ms gigantes sobre la acera y estos rodaran entre chillidos de alegría rumbo al mar.
“Vamos, chicos, está fresquito”.
Menuda idea para un spot publicitario. Ah, si hubiera podido seguir con mis estudios...
––Lo siento ––farfulló.
De todas las cosas que podía haber dicho, había tenido que elegir la menos acertada.
Lo siento.
Como lo sintió hace tanto tiempo, cuando las cosas empezaron a torcerse, cuando sucedió aquello que, por supuesto, nunca más volvería a pasar. También lo lamentó la siguiente vez, ¿por qué no? Y por supuesto lo sintió cuando, una vez más, el alcohol superó las diminutas barreras de su limitado autocontrol. Siempre lo sentía, eso era cierto.
Los dos lo sabíamos.
Pero esta vez había ido demasiado lejos, y mamá ya no estaba con nosotros para protegerle.
No soy capaz de recordar lo que sucedió a continuación. Sé que escuché un grito ronco, seguramente mío. Y luego un alarido. Seguramente fuera suyo.
***
La voz del fiscal me saca de mi ensimismamiento y me devuelve al frío juzgado en el que se analizan mis pecados al trasluz de un rasero que nunca ha sido el correcto.
––Señor Sánchez, ¿empujó a su hermano desde la azotea de un edificio de treinta y cinco plantas y no sabe de quién fue el alarido?
––¡Protesto! ––se apresura a gritar mi abogado.
Pero llevo demasiado tiempo sin dormir como para hacer caso de la película de juicios de escaso presupuesto que se desarrolla ante mis ojos.
Mientras las voces de los tipos con trajes caros discuten sobre mi destino, las imágenes vuelven a mi cabeza obligándome a revivir una y otra vez mi infierno personal: Mis ojos se giran hacia mi hermano, cansados de mirar al Hudson, y por el camino tropiezan con la mirada sin vida de su última víctima, apenas una chiquilla. Hay sangre en el suelo, y también sobre sus cabello rubios. Los bracitos blancos están desollados e inertes. Aprieto los dientes. Por el amor de Dios...
Inicio así una carrera hacia mi destino, dos pasos que se hacen mil en mi cabeza, como si tratara de correr a través de gelatina en pos de ese Abel de pesadilla en que los años han convertido a mi hermano. A cada paso imposible una imagen me cruza el alma y un recuerdo me abandona, como en la vieja historia de Michael Ende, aquella que nunca acababa. Así, cuando llego junto a él, mi pecho está vacío aunque mis ojos me escuecen por culpa de las lágrimas. Me sorprende la fuerza con la que lo levanto del suelo, llamado, quizá por la furia, a purgar al fin los pecados de este monstruo con el que compartí seno materno desde el momento de nuestra mutua concepción.
Lo que sale despedido de la azotea no es más que una parte de mí. Una parte horrible y oscura, y aún así, la mejor parte.
El golpe es tremendo, y después todo se funde en negro a la espera de la llegada de la policía y del impecable sistema judicial que, erigiéndose en Dios sobre la tierra, me maldecirá porque, esta vez sí, he decidido ser el guardián de mi hermano.

© Rafa del Río

3 comentarios:

  1. Mola tu nuevo blog. Me gusta mucho leer y coincido en muchos de tus gustos. Mucha suerte con esta nueva aventura. Saludos.

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  2. Está bien,(aunque tú y yo sabemos que no es lo mejor que has escrito;)) pero está guay. Así que no te rayes pensando que es algo infantil. Además espero que escribas cada dos por tres aquí así que... Es un buen comienzo.

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  3. Gracias a los dos ^_^.
    Shei, precisamente ayer estuve maqueando tu relato favorito, Camino, para enviarlo al concurso de cosecha eñe (cruza los dedos). La coña es que han adelantado el Luis Adaro (o me equivoqué al apuntar las fechas) Y coincide mañana con cosecha eñe, así que no voy a poder actualizar hasta el viernes. Al menos van a caer tres en concurso, a ver a ver...
    Gracias por seguir por aquí.

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