Su reflejo en el espejo.
La primera vez ocurrió mientras me duchaba.
No soy un tipo especialmente tímido. Es más, según algunas fuentes –no las busquen, ya están muertas–, tiendo al exhibiscionismo
cuando se me va la mano con el alcohol. Qué demonios. Y cuando no
se me va, también. Si no estás preparado para ver según qué
cosas, arráncate los malditos ojos.
No es que todo esto sea importante, tampoco nos lleva a ningún
sitio. Lo que quiero decir es que no soy un mojigato.
Y a pesar de ello, cuando el tipo del espejo me habló mientras me
duchaba, mi primera reacción fue la de taparme en un acto reflejo.
Tampoco es que su frase ayudara mucho:
–Vaya, parece que el agua está muy fría, Darki.
Obviamente sonreía con sorna cuando lo dijo, pero lo que me hizo
reaccionar fue su voz.
Mi voz.
El tipo del espejo hablaba con mi voz, y no era eso lo único que
compartíamos. Al fin y al cabo se trataba de mi reflejo, de mi
maldito reflejo... O tal vez debería decir que se trataba de mi
reflejo mejorado: Más alto, más guapo, más redondeado en las
partes más escuálidas de mi anatomía... Y por supuesto parecía
que el agua de la ducha desde la que él me hablaba estaba caliente.
Mucho más caliente que la mía, al menos.
Huelga decir que el tipo del espejo me cayó como una patada en los
huevos desde el momento en que nos conocimos, aunque me terminé
acostumbrando a él, o mejor dicho, a hacer oídos sordos a sus
comentarios. Si algo había aprendido en los últimos meses era que,
si ignoraba a mi reflejo, éste acababa cansándose y desaparecía
durante días.
Por eso, cuando saqué la blanca y sucia roca -parte de la herencia
que me dejó el viejo- y el tipo del espejo me habló:
–¿Otro negocio?
Opté por hacer oídos sordos.
En vez de responder me dediqué a espantar a un par de cucarachas del
tamaño de mi puño que pululaban por la roca. Rasqué una mínima
cantidad sobre el plástico de un paquete de tabaco y la pesé a ojo
tras reducirla a polvo con el tacón de mi bota.
–Muy profesional.
No respondí a la pulla, Puede que el método no fuera el mejor,
pero el producto era bueno. Cogí mis cuchillos y los enfundé bajo
la raída chaqueta. El cliente era de confianza pero las cosas
andaban bastante revueltas en calle Letargo últimamente. Por decirlo
en pocas palabras: La Coalición no veía con buenos ojos a los
camellos independientes. Lo único que salvaba mi culo era que aún
no habían encontrado mi alijo, lo que les obligaba a ponerse en
contacto conmigo cuando tenían clientes pijos del barrio alto. Si algún día encontraban la mercancía, podía darme por muerto. Varias veces.
Una puta movida, pero nadie dijo que esto fuera fácil.
–¿Sabes que eso que vendes es veneno, no? –el tipo del espejo
volvió a la carga.
Algo de eso me habían dicho, ¿y qué? Me embutí un paquete de
tabaco y el mechero en el bolsillo de la chaqueta y cogí la llave que abría la gruesa puerta interior de mi cuchitril, otra parte de mi
herencia.
–Además, ¿Para qué quieres el dinero? Vives en la miseria...
Esa pregunta sí merecía una respuesta.
–Quiero ganarme mis alas –repuse, enigmático.
El tipo del espejo enarcó una ceja.
–¿Ahora te crees un ángel?
Me limité a encogerme de hombros y agarré un cascote del suelo.
–Sí, el ángel de la muerte –lancé el cascote contra el espejo
con todas mis fuerzas.
El cristal estalló en mil pedazos. Podía permitírmelo. Si algo
sobraba en los edificios abandonados de calle Letargo eran espejos.
Mi odiado compañero me miró, multiplicado por cien desde las
facetas rotas del espejo.
–Tres palabras: Control de ira.
Y soltó una carcajada ante su propia ocurrencia.
Ser un camello independiente en calle Letargo no es fácil. Apenas
había llegado a los límites de Estación cuando uno de los
todoterrenos de la Corporación comenzó a seguirme. No disimulaba,
aunque tampoco habría podido. Cuando circulas en un mastodonte negro
con más cromados que un puñetero meca de placer de Barrio Alto, el
sigilo no es una opción.
No me asusté. Podían meterme dos onzas de aleación en el pecho y
quitarme la mercancía, pero nadie en su sano juicio mataría a la
gallina de los huevos de oro, ¿verdad? Otra cosa era que nos
desvalijaran a mí y a mi cliente. No sería la primera vez.
Y eso no era bueno para el negocio.
En cuanto llegué a la esquina del viejo centro comercial me escurrí
tras algo que en su momento debió ser un contenedor de basuras
abandonados y desaparecí por la reja del conducto de aire.
Mi cliente me esperaba en el punto de encuentro, una gabarra anclada
en un diminuto embalse bajo la vieja fábrica de conservas. Decidí
sorprenderlo descolgándome tras él desde el entablado
del techo.
El sorprendido fui yo.
Bajo la espesa capucha que ocultaba los rasgos de mi cliente, unos
ojos fríos, inexpresivos y también bastante bonitos, me miraron con
absoluta parsimonia.
–¿Darko? –preguntó la criatura con voz impersonal.
Ahogué un reniego. ¿Quién demonios envía un meca a comprar
heroína?
–Tengo un mensaje para usted –añadió la androide.
No tuve tiempo de escuchar nada más. El tipo del espejo, reflejado
en una mancha de aceite que flotaba sobre el agua, me hizo un gesto y
señaló con la cabeza hacia el diminuto embarcadero. Extendió tres
dedos de su mano derecha.
Tres atacantes, ocultos por algún tipo de dispositivo de camuflaje
óptico.
Hagamos la cuenta: Tecnología punta, más clientes selectos, más
una meca mensajera de las caras... Todos los factores juntos
arrojaban el resultado de “asesinos entrenados”.
Joder, éste negocio lo tenía todo.
–Mierda –escupí.
Salté de la embarcación justo a tiempo. Las balas atravesaron el
cuerpo metálico de la androide. El tipo del espejo y yo nos
fusionábamos en un abrazo y me sumergí en las contaminadas aguas
del embalse.
Volví a emerger.
Lo siguiente fue una danza de cuchillos y sangre.
Fue rápido.
No fue bonito.
Y tampoco valió de mucho. Salvo para mantenerme con vida, claro, lo
que según mis conocidos tampoco es que valga mucho la pena. Los
atacantes no tenían identificativos de ningún tipo. Trajes de goma,
armamento comercial y dispositivos de camuflaje. No es que esperase
encontrar sus tarjetas de ciudadano pero, ¡Joder! Habían sido
despojados hasta de sus chips identificativos. Un simple vistazo a la
reciente cicatriz que los tres lucían bajo la oreja izquierda me
hizo percatarme de ello.
Cuando volví a la gabarra, el cuerpo de la androide era un amasijo
de miembros desvencijados y chispas eléctricas. Lista para el
desguace. Un alma cibernética para la muerte de los
electrodomésticos de lujo, ningún mensaje para mí. Pero dentro del
ordenador de ese cacharro tenía que haber algo. Algo que me
explicara por qué cojones habían intentado matarme.
Corté amarras y apoyé la pértiga en el suelo del embalse. Conocía
al informático perfecto para este trabajo.
Y además me debía un
favor.
Rafa del Río.
...por ahora, éste!! Me gusta el planteamiento, la idea del alter ego/reflejo y por supuesto, me he quedado con muchas ganas de seguir leyendo, que es de lo que se trata!!
ResponderEliminarjajaja Pues genial, Gadi, me lo apunto. Espero que el tercero también te atrape, que acabo de subirlo ^^
EliminarUn fuerte abrazo y buen finde!!
Diox esto, si mola mas que Blancanieves. Y en cuanto a los significados literarios del espejo, pues siempre ha sido un recurso chulo
ResponderEliminarDAV HERALDO
Jajajaja Gracias, David. Tío, espero que el siguiente también te mole (ahí hay vendetta, lo intuyo)
EliminarUn abrazo y gracias por estar siempre ahí,
Rafa